Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

... y mantener.

05 de mayo 2025 - 02:08

Si alguien piensa que, después de recorrer el complicado y largo camino por y hacia la felicidad, y haber conseguido la recompensa de encontrarla, ha terminado con el proceso que nos empuja y mueve en la vida, y alcanzado el objetivo trascendental por el que los humanos vivimos, tendremos que decirle que está equivocado.

Pensar, meditar, reflexionar, decidir, buscar y encontrar es necesario, pero no suficiente. Si, tras habernos empeñado en la empresa, haber puesto lo mejor y más valioso de nosotros en hacer realidad lo anhelado, y haber tocado con las yemas de los dedos el objeto de nuestro deseo, nos quedamos con eso, no habremos hecho otra cosa que llegar a conocer el paraíso para … perderlo después. Y lo peor que esto conlleva no es, aunque pudiese parecerlo, quedarnos sin él -sin el paraíso-, sino privarnos de él habiendo sabido en que consiste y lo que supone para nosotros, ¡eso es lo que nos va a carcomer, desde dentro hacia fuera, mientras conservemos la capacidad de sentir y reflexionar!; además, nos echaremos en cara, sólo Dios sabe hasta cuando, el haberlo dejado perder, nos recriminaremos no haber sido capaces de mantenerlo, maldeciremos no haber usado la inteligencia ni haber tenido la voluntad para impedir que lo sucedido ocurriese. Pero, con mucha probabilidad, entonces será demasiado tarde, pues hay trenes que sólo paran una vez en la estación en la que los aguardamos, para subir en ellos.

Si difícil va a resultar el proceso de encontrar lo que buscamos, si va a requerir de nuestro compromiso meditado y firme, si nos va a exigir entregar lo mejor de nosotros; aún más complejo, entregado y exigente será lo que hayamos de llevar a cabo para preservar lo que tanto ha costado lograr. Llegar cuesta, mantenernos cuesta más.

Ya saben: nada, que valga la pena, se consigue sin esfuerzo. De modo que si lo que da sentido a nuestras vidas es la felicidad, nos comprometemos con nosotros mismos a hacer lo que es conveniente y necesario -con las limitaciones que la ética impone- para alcanzarla, y sostenemos la voluntad para no darnos por vencidos ni mucho menos abandonar la tarea que nos puede permitir llegar a ser lo que en realidad somos -que es lo que todos queremos ser en la vida con la que nos hemos encontrado- y somos capaces de alcanzarla, en la medida que nuestra condición de humanos nos concede, entonces no queda otra que repetir el proceso por el que hemos pasado para llegar a donde hemos llegado y donde ahora estamos, para no perder lo que hemos logrado.

Con 'repetir el proceso' nos referimos a pensar, meditar, reflexionar, decidir y buscar … esta vez, la manera de conservar lo que ahora tenemos: el disfrute de suficientes retales de felicidad que hagan que la parte hermosa de la vida apague, ya que no es posible hacerla desaparecer, el lado oscuro que hace de ella un infierno, tan terrible puede éste llegar a ser como para poseer el poder de hacernos olvidar la primera de las razones que, como humanos, nos asiste, mantenernos vivos, y el más esencial de los instintos que nos habita, el de supervivencia, llevándonos a despreciar la vida, incluso a desear la muerte.

Nada, que importe, se regala. Sabedores, pues, de lo arduo, a veces penoso, y siempre difícil que resultó el intento, exitoso, que nos motivó y condujo hasta el modo en el que queríamos ser, hasta la manera en la que nos gustaba existir y la actitud que ansiábamos obtener para reconocer, en la persona que vive nuestra vida, la persona que somos, conocedores -decíamos- de todo este entramado y la determinación con la que decidimos 'ser', a saber: hacer de lo feliz parte de nuestro existir, convivir con él, visitarlo a menudo y que nos frecuente de vez en cuando, sería, y es, indiscutible muestra de sandez, voluntad agotada, inteligencia fracasada, o simple, obscena e inabarcable estupidez, consentir o condescender -como a ustedes mejor les parezca- en echar por la borda lo alcanzado; declinar, aunque fuese de modo inconsciente, por indolencia, sobrada confianza, imprudencia, humano exceso de vanidad o engreída ausencia de humildad, renunciar -decíamos- a la circunstancia que supimos, y tendríamos que continuar sabiendo, nos regalaría la satisfacción de enlazar anhelo con realidad, juntar certeza y esperanza, fundir la ilusión con la vida …

Si ímproba tuvo que ser la tenacidad con la que nos empleamos para conocer la felicidad, no menos lo ha de ser el tesón y la perseverancia en mantener el tesoro encontrado. Es trabajoso, pero incuestionable; necesario, por coherente; e imprescindible por consustancial a nuestra naturaleza.

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