Carlos Colón

La miseria y el dolor no cambian

La ciudad y los días

Poco le importa que haya más bienestar, más igualdad, más mecanismos de protección social

16 de septiembre 2023 - 00:00

Las diez de la mañana. En la puerta de un antiguo cine hace muchos años cerrado duerme un mendigo o si lo prefieren un sin hogar. Está tendido sobre una manta sucia que apenas le cubre y rodeado de basura. Es joven. Tiene una cerrada barba negra y un rostro de castigada nobleza. Como los pintores barrocos, con Caravaggio como precursor, que se inspiraban en tipos populares de la vida cotidiana para sus cuadros religiosos, dando a los apóstoles y los santos los rudos rostros de los más desfavorecidos para acentuar su realismo alejado de toda idealización a la vez que, como hará Pasolini siglos después, para restituirles su dignidad. Como hace Velázquez en sus cuadros mitológicos. Como hace Ribera situando en un mismo nivel de dignidad, sirviéndose de los modelos elegidos, el San Andrés, la mujer barbuda y el Arquímedes del Prado. Así es este mendigo, este sin hogar, ante el que todos, yo también, pasábamos como si no existiera.

Está escrito en la Mishná, tratado Sanedrín, 4,5: “Aquel que salva una vida, es como si salvara un universo entero”. Se suele olvidar que también dice: “Quien destruye una vida es como si destruyera un mundo entero”. Este hombre sucio dormido entre inmundicias y harapos que no han logrado borrar la digna expresión de su rostro de santo o de apóstol de Caravaggio, Velázquez o Ribera es un mundo entero ofendido, profanado, no salvado, destruido, dejado a la deriva de sus malas decisiones o de las malas circunstancias; un ser único entre los miles de millones que han existido y existirán, en cuya miseria está representada nuestra miseria personal y colectiva, en cuyo fracaso está representado el nuestro y el de nuestra sociedad. Le importa una mierda que hoy haya más derechos reconocidos, más bienestar logrado, más igualdad conquistada, más mecanismos de protección social para los desfavorecidos. Él vive en el siglo XVI o XVII, como los niños mendigos que pintaba Murillo, como los modelos que escogían en las calles Caravaggio, Velázquez o Ribera. El siglo XXI, con todas sus conquistas, le es ajeno. Al igual que el dolor es siempre el mismo, desde el de Príamo llorando a Héctor al de quienes hoy lloran a los suyos en la sala de un tanatorio, la miseria es también siempre la misma. Se ha avanzado, sí. Pero poco le importan estos avances a este hombre que, por ser único entre todos los seres humanos, es un universo, un mundo, ofendido, destruido.

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