Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La moral de los sentidos

Hay quien pronostica que no estamos lejos de que una inteligencia artificial tenga autonomía intelectual plena

Es ya nuestra tarea convivir con una inteligencia, no biológica, capaz no sólo de vencernos en aquellas tareas que nos distinguían como una especie esclarecida, sino también de crear en el sentido para nosotros más puro, es decir, de entender el enigma de la estética y pisar el extraño territorio del arte. Théâtre D'opéra Spatial es el nombre de la obra, generada a través de inteligencia artificial, que se impuso hace unos meses en un certamen de arte celebrado en Colorado. Dicen que fue un momento fundacional, y no es para menos. Es difícil contemplar este cuadro sin estremecimiento. En un escenario ocre, algo barroco, habitado por tres mujeres veladas, se abre un enorme agujero de luz que no sabemos si es el fondo infinito de la escena o todo un universo que la contempla. Théâtre D'opéra Spatial nos sitúa ante una emoción esencial cuya creación, creíamos, sólo estaba al alcance del tocado por la gracia. No es la primera vez, que la técnica pone en jaque el mito de la creación. La fotografía, vista primero como la muerte de la pintura, luego fue un instrumento del arte o un arte en sí mismo que liberó a la pintura de la imitación, para ser soporte de la pura expresión humana. Ahora bien, la inquietud frente Théâtre D'opéra es más profunda. Hay quien pronostica que no estamos lejos de que una inteligencia artificial tenga autonomía intelectual plena disputando a los hombres el territorio del genio. En todo caso, ante esa posibilidad, siempre quedará el consuelo del cuerpo. Puede que, tras el empeño en virtualizar nuestras experiencias, en abrazar la promesa de ser, en la vida digital, un hombre mejorado e imposible, el cuerpo vuelva a situarse en el centro. Escribo esto con el ruido de fondo de una ciudad, Sevilla, tomada por los cuerpos. La gente se ha puesto guapa y se mira, a lo ojos, por supuesto, en ocasiones mucho más de los cinco segundos recomendados. Prima el bullicio y rige la ceremonia de los besos en los encuentros. En las calles se arriesga al contacto. Es también habitual el piropo explícito a ciertas Diosas. Se bebe y se come, como si no hubiera un mañana. Fuman a traición algunos chiquillos, y, por supuesto, se procesiona y se reza. La dictadura de lo tangible es tal que el domingo tres artistas darán sacrificio público a seis toros. Tal vez caigan heridos. Estoy por preguntar a la máquina si la última moral de resistencia, por nosotros y contra ella, será la moral de los sentidos.

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