Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Por lo visto, las fotos e incluso los nombres de las tres presuntas acosadoras de la pobre chica que se suicidó en Sevilla (Sandra Peña) ya están circulando por las redes sociales. No quiero ni imaginarme lo que están viviendo estos días –aunque “vivir” no es el verbo adecuado– los padres y los familiares y los amigos de esa chica que se arrojó desde la azotea porque no podía soportar las burlas y humillaciones en clase. Pero aun así, no resulta muy aleccionador que se haya lanzado una campaña de agresiones verbales –a veces gravísimas– contra esas tres chicas que de momento no han sido acusadas en firme de nada.
Una de las cosas más terribles de nuestro país es que nunca se hace nada para evitar una desgracia que todo el mundo sabe que va a ocurrir tarde o temprano. En Cataluña se suicidó hace poco tiempo una chica argentina acosada por compañeras del colegio porque no hablaba catalán. Nadie hizo nada, aparte de las estériles muestras de condolencia y de cariño y blablablá. Y ahora, después del terrible caso de Sandra Peña, se buscará a alguien en quien descargar la responsabilidad –seguramente los directivos del colegio– y no va a pasar nada más. Nadie tomará medidas y nadie intentará cambiar el régimen disciplinario que se aplica (es un decir) en las aulas para evitar los casos como el de Sandra Peña.
Si acaso, se redoblará la infame cantidad de papeleo que los profesores están obligados a tramitar, con el único propósito de eximir de responsabilidad a la Administración. Y eso será todo. Nadie cambiará nada.
Cualquiera que conozca cómo funciona un centro educativo sabe que los profesores están indefensos y que no cuentan con ninguna clase de autoridad para impedir estas cosas. Para expulsar a un alumno, aunque sea durante un único día, los trámites y los protocolos de actuación son tan fatigosos que los profesores desisten de iniciarlos. La inspección educativa procura quitarse de en medio, nadie quiere enemistarse con los padres de los alumnos –o alumnas, en este caso– que tienen un comportamiento indebido, y una boba legislación buenista exime de toda culpa a los menores de 14 años. Tal como están las cosas, muertes tan tristes como la de Sandra Peña seguirán ocurriendo. Y nadie hará nada –nada– por evitarlo
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