Dos mundos

El mundo de los protegidísimos empleados públicos se financia con cargo a los sacrificios del sector privado

Mientras estoy haciendo cola en el supermercado, veo en el móvil que la Junta de Castilla y León ha decretado la semana de 35 horas para los empleados públicos. Luego, cuando me llega el turno, oigo a la cajera quejándose porque durante estas vacaciones sólo tiene libre el Viernes Santo. Adam Zagajewski tenía un poema maravilloso -Lava- en el que aseguraba que hay dos mundos contrapuestos coexistiendo en nuestro propio mundo: el mundo de lo inmóvil y el mundo de lo que no para de moverse, el mundo de Parménides y el mundo de Heráclito, el mundo de la flecha imparable y el mundo de la flecha congelada en el tiempo (ya ven qué cosas se nos ocurren cuando hacemos cola en el supermercado). Pues bien, en esta contradicción brutal tenemos la prueba de que esos dos mundos coexisten en nuestra sociedad: el mundo de los empleados públicos bien protegidos por la Administración y el mundo de los empleados del sector privado expuestos a toda clase de sacrificios.

Convendría decir -por si acaso- que el mundo de los protegidísimos empleados públicos se financia con cargo a los sacrificios de los empleados del sector privado. Y si no fuera por los negocios y las fábricas y los supermercados que pagan impuestos, no habría Estado del bienestar que pudiera sostenerse. Pero esta verdad incuestionable -que debería ser un axioma para cualquier persona con dos dedos de frente- apenas tiene peso en nuestra sociedad. Hay miles de artistas e intelectuales y catedráticos que creen que esa verdad es una mentira que nos han inoculado a través de la siniestra propaganda capitalista. Incluso hay ilustres catedráticos de Economía -¡de Economía!- que sostienen esa idea.

¿Por qué digo esto? Porque es inmoral crear una casta de empleados públicos que vegeten a costa de los sacrificios de los empleados del sector privado, cuando además la mayoría de servicios públicos -basta pensar en las oficinas de la Seguridad Social- ofrecen un servicio lamentable a los pobres usuarios. Pero los políticos necesitan un Estado clientelar que les asegure las victorias electorales. Y la fórmula funciona durante un tiempo, hasta que un día el Estado no puede sostener el peso de una Administración elefantiásica y entra en bancarrota (como en Argentina, por ejemplo). Pero eso, ay, no nos lo dirán nuestros ilustres catedráticos de Economía.

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