
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Curiosidades jerezanas en las vísperas de la Semana Santa de 1938 (II)
Sería demasiado cómodo … terrible, sí, pero muy fácil. Si llegásemos predestinados al mundo, el ser humano, tal y como es el que somos, ese que en nuestras más intensas fantasías creemos conocer, no existiría. Podríamos ser física, orgánica y fisiológicamente como ahora, pero lo que más importa, la esencia que nos hace ser lo que somos, sería muy distinta a la que nos determina y califica: no existiría la libertad, sin la que ningún humano puede ser el ser humano que es, lo que en nuestra realidad tenemos y entendemos como persona.
Imaginen: estaría ya escrita nuestra vida, pero lo haría alguien -el destino- que no seríamos nosotros. El orden y el suceder de los hechos sería firme, incuestionable, inamovible … No existiría responsabilidad ni tampoco culpa; con independencia de la intención que pudiésemos tener o no, nuestro proceder estaría determinado y ordenado, ajeno a una voluntad entonces inservible, del todo inútil; las cosas ocurrirían de acuerdo a un guion preestablecido, en el que nuestra intervención en ningún caso podría ir más allá de la mera interpretación: vivir consistiría en actuar, pero no cómo lo hacemos ahora -cuando lo hacemos-, con hipocresía, por falsedad o con el más frío cinismo, sino porque no habría otra opción más que la de existir de acuerdo con la partitura que se nos hubiera asignado.
Seguiríamos sin saberlo, pero la hora de nuestra muerte estaría fijada, sin importar lo que hiciésemos o dejásemos de hacer, las enfermedades padecidas, accidentes sufridos o los riesgos, absurdos, innecesarios o convenientes a los que nos hubiésemos expuesto.
Habrá quien opine que en el fondo este ficticio supuesto no sería tan malo, pues dado lo perverso de la condición humana, el hacer desaparecer la voluntad, y habida cuenta de que abundan mucho más las malignas que las bondadosas, no supondría una gran tragedia. No vamos a entrar en esta discusión, no ahora, a pesar de que coincidamos en aceptar lo mucho malo que adorna nuestra condición, no obstante, tenemos meridianamente claro que el Hombre sin libertad sería un ser por completo diferente al que es; estaríamos hablando -expresémoslo así- de otra historia, de otra humanidad, de otro mundo, de una realidad a cien mil agujeros negros de distancia de la que hoy conocemos.
Fue el portento de Königsberg, Enmanuel Kant, en la revolución filosófica que supusieron sus “Criticas”, quien nos regaló claridad sobre el conocimiento; y fue él quien vino a decir -expresado en términos coloquiales-: “Por medio de la razón, el sujeto se asigna un deber moral que, gracias a su libertad, asume con la voluntad de vivir conforme a él”. El límite de esa libertad -aclaró el filósofo- es la libertad ajena: “Soy libre hasta que encuentro como límite la libertad del otro”. Lo que aquí nos importa es que sin libertad no existiría la realidad que conocemos. Dos siglos más tarde, Jean Paul Sartre insistiría: “Estamos condenados a la libertad”.
Resulta pues, que somos libres, la libertad forma parte irreemplazable de la esencia del ser humano -nos referimos, como parece evidente, a la libertad existencial, que nada tiene que ver con, por ejemplo, la privación de libertad de un preso-. Esto implica que no existe predestinación alguna, que somos responsables, ¡siempre!, de lo que hacemos o dejamos de hacer, y que esto -lo que hagamos o no- tendrá consecuencias, ¡siempre!; conlleva también que las cosas jamás dejan de pasar por alguna razón, a menudo relacionada con hechos que nosotros, u otros, hayamos, o hayan, llevado, o no, a cabo; supone que nuestras vidas las vamos construyendo nosotros -nadie más que nosotros mismos-, en base a las decisiones que tomamos y a las que no tomamos; nos aclara que no hay nada escrito, que todo está por escribir, también y por supuesto, el cuándo y el cómo de nuestra muerte; nos dice que dejar de ejercer la libertad, que -parafraseando al maestro Ortega y Gasset y adecuando su pensar a nuestro parecer- es la circunstancia de la que no hemos de salvarnos, pues supondría la negación de lo que somos.
No te elige el destino, eres tú quien lo elige a él.
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