Cambio de sentido
Carmen Camacho
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En tránsito
No comas carne", "No malgastes energía", "No pongas la lavadora", "No te cambies de ropa", "No te duches", "No viajes", "No vivas en una urbanización con piscina", "No compres un coche", "No te comportes como un sociópata ultraliberal", "No seas insolidario", "No seas individualista", "No compres en las grandes cadenas de consumo", "No te dejes esclavizar por el móvil", "No destruyas el planeta", "No seas especista", "No seas fóbico", "No seas una persona sin ética", "No montes una empresa", "No te dejes arrastrar por el consumismo"…
He aquí algunos de los mandamientos que la nueva clerecía -por lo general formada por politólogos y profesores de universidad- se dedica a sermonearnos durante las 24 horas del día. Si alguien creía que habían desaparecido los tétricos predicadores cuaresmales, estaba muy equivocado. Los predicadores no sólo siguen existiendo, sino que han aumentado prodigiosamente de número, sólo que ahora son laicos y anticlericales y defienden toda clase de teorías contrarias al capitalismo. Si los antiguos teólogos escolásticos proclamaban que la filosofía era "esclava de la teología" -y por tanto debía seguir obedientemente los mandamientos de la Iglesia católica-, estos nuevos teólogos escolásticos defienden que el pensamiento debe ser "esclavo de la ideología", y por lo tanto seguir obedientemente el credo -o los varios credos- de algunas de las nuevas sectas anticapitalistas que han ocupado el lugar de la antigua Iglesia de Roma. Y allá van los nuevos predicadores, siempre subidos a sus púlpitos en la televisión o en las redes sociales -y especialmente en la Universidad-, sermoneando con toda clase de retórica truculenta y amenazándonos con los peores suplicios del infierno si no seguimos dócilmente sus mandamientos: la bicicleta, la vida comunal, el regreso al pueblo, la frugalidad, la autarquía económica, y sobre todo, el rechazo de todo lo que implique individualismo y propiedad privada y pensamiento independiente. Todo eso significa pecado, abominación, ultraje y condenación eterna.
Y así vamos. Los predicadores suelen vivir muy bien, igual que aquellos clérigos medievales que recriminaban a sus pobres fieles el pecado y la holgazanería, cuando en realidad los únicos holgazanes eran ellos, los predicadores, claro está.
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