La esquina
José Aguilar
¿Gobernar sin el Legislativo?
La ciudad y los días
Cuando la invasión de Ucrania sea historia, cuando se encuentre una salida a esta crisis sin precedentes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, cuando retornen a sus hogares en condiciones de seguridad los más de dos millones de refugiados -si es que todo no desemboca en un conflicto mayor- los muertos seguirán muertos. Los muertos son obstinados, intransigentes, radicales: no resucitan. Los muertos no dialogan, los acuerdos de paz les son ajenos, las reconstrucciones no les afectan, el retorno a la normalidad les deja por completo indiferentes. La muerte es una cuestión radicalmente personal y absolutamente irreparable, sin vuelta atrás. El arrepentimiento o la petición de perdón son obscenos porque liberan o desahogan la conciencia del asesino mientras el muerto sigue obstinadamente muerto. Las ciudades bombardeadas se reconstruyen y la economía vuelve a florecer, pero los muertos siguen muertos. E incluso, por cuestión de supervivencia, olvidados lo más rápidamente posible.
Lo más humano del ser humano es su apertura a la trascendencia -la religión-, no porque garantice la vida eterna de las almas, sino porque afirma el carácter sagrado y singular de cada vida. Dios solo sabe contar hasta uno. Por eso estoy convencido de que el judeocristianismo es la única garantía de supervivencia de una Europa verdaderamente humana. Muchos crímenes se han cometido en nombre de Dios, es cierto. Pero aún más atroces -Hitler, Stalin, Mao- son los cometidos cuando se le ha pretendido eliminar. Sin tan siquiera este freno, que no pudo impedir matanzas incluso entre cristianos, el mundo es Auschwitz, realidad y símbolo supremo de un mundo sin Dios. Los cristianos persiguieron, acosaron, segregaron y expulsaron a los judíos durante dos mil años. Pero tuvo que llegar el nazismo, uno de cuyos objetivos obsesivos compartido con los comunistas era la absoluta erradicación del judeocristianismo, para que se desatara un horror que jamás ninguna inquisición, ningún decreto de expulsión y ningún progromo había desatado: el exterminio sistemático, planificado y racional de todos los judíos de Europa. La ONU confirma la muerte de más de 400 civiles, 40 niños entre ellos, desde el inicio de la invasión de Ucrania. Aunque, afirma, el balance real es mucho mayor. Las autoridades ucranianas afirman que han muerto más de 2.000 personas. Y esto no tiene vuelta atrás.
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