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Tribuna cofrade

Susana Esther Merino Llamas

Domingo de Ramos… Domingo de Misericordia

Con un cielo teñido de Purísima y oro se abren por fin de par en par las puertas que habremos de cruzar para celebrar la Gloria de la Resurrección. Cristo alza sobre la espadaña de cada templo jerezano la Cruz en cuya forja se han fundido el Alfa y la Omega del género humano. Y una vez más, aunque de manera distinta por las circunstancias sanitarias que estamos viviendo, nuestro corazón quedará pellizcado desde que sale el sol hasta el ocaso de esta bendita jornada hasta que nos encontremos inmersos besando la madrugada del Lunes Santo.

Pero hoy es Domingo de Ramos, y una catarsis de sentimientos y emociones a buen seguro que ya nos está atravesando los centros de pies a cabeza. Hoy es un día donde conmemoramos la Entrada Triunfal del Señor en Jerusalén, cuya estampa se vivifica desde las moradas jacarandas de la Porvera con ese espíritu lasaliano que se derrama por cada blonda que enmarca la candidez del bello rostro de la Virgen de la Estrella, la bendita rosa de la Escuela de San José. Mientras, las lágrimas del que fuera nombrado como primera piedra de la Iglesia nos recuerda la infinidad de veces que negamos al Señor en nuestro día a día, como bien se catequiza desde la feligresía de la Parroquia de los Dolores; un llanto el de San Pedro que nos conduce hasta la pena más desgarradora, la de la Angustia de una Madre.

Sin embargo, a pesar de tanto y tanto lamento sin medida, un bálsamo en forma de Perdón nos llega desde la Ermita de Guía, ese coqueto joyero donde nos aguarda el Perpetuo Socorro de la Santísima Virgen cuando las dificultades se cruzan sin permiso en nuestro camino porque Ella, con tan sólo elevar su cristalina mirada hacia el patíbulo donde está cosido su divino Hijo, nos hace partícipes de su Salvación Eterna. Intercesión también que se desgrana desde la torería que encierra La Albarizuela cuando Nuestra Señora de la Paz en Mayor Aflicción se planta en los medios de su capilla para que prendamos en el filo de su manto un reguero de Avemarías sin descanso. Entre tanto, el que fuera carne de su carne y alma de su alma sufre el escarnio y la burla para redimir nuestras culpas coronado por las espinas del martirio.

Mientras, desde la Plaza de las Angustias, el frío acero de siete cuchillos se dulcifica con el fervor que late incesantemente desde el cancel hasta las mismas plantas de la Señora del Humilladero. Jamás una Madre sentiría cómo se le desgarra en jirones hasta el último resquicio de su alma. Y es que contemplarla acunando en su regazo al que pariera en Belén, trocado ahora en un vergel de heridas, es lo que mueve al río de devotos que la acompaña a querer ser pañuelo para sus negras duquelas.

Pero hoy es Domingo de Ramos, hoy es Domingo de Misericordia. Es Domingo donde el Redentor de Cautivos, el Rey de Reyes, el Señor del Consuelo, el de las manos atadas de bronce y canela nos aguarda en la basílica con aromas a patronazgo mercedario y a siglos de historia. Desde el templo donde mora Nuestra Amantísima Señora de la Merced, Jesús es despreciado, humillado y vejado por el tetrarca judío. No sabía Herodes lo que hacía. Jamás imaginaría que muchos fuimos los que quisimos compartir con Él la blancura del blanco hábito. Que muchos fuimos los que nos convertiríamos en ungüento de su castigo. Que muchos fuimos los que nos agarramos día a día a esas manos morenas que sólo rezuman amor y bondad. Que muchos fuimos los que nos dejamos cautivar por el silencio de sus labios callados que claman a gritos la Verdad del Evangelio. Y que muchos fuimos los que no quisimos dejar de enjugar el llanto que encierra más guapura, más belleza, más duende, más tronío, más flamencura, más señorío. El llanto de su Madre, de Madre de Dios de la Misericordia, la Reina del Transporte. La que cada Domingo de Ramos va robando salves encendidas tras su paso. La que cada Domingo de Ramos se muere por su barrio y por ese Jerez que queda cautivo de sus hechuras. La que cada Domingo de Ramos le roba hasta las entrañas a todo el que se cruza tan sólo un segundo con el misterio que encierran sus ojos de azabache. La que cada Domingo de Ramos despierta desde las gargantas de la aristocracia del cante los quejíos con sabor a yunque y fragua. La que es Reina del Transporte y vela por y cada uno de sus hijos acurrucándolos en la infinidad de su manto y la que hoy, un nuevo Domingo de Ramos, nos tiene prometidas las mismas puertas de la Gloria con tan sólo postrarnos ante sus plantas de Madre, Señora y Reina.

Porque hoy, no lo olviden, es Domingo de sueños renovados. Es Domingo de Ramos. Es Domingo de Misericordia.

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