El oro de Venecia

06 de julio 2025 - 03:05

Venecia siempre está amenazada. Por el turismo de masas, por el abandono de sus habitantes, por los grandes cruceros invasores, por su decrepitud indisimulada, por la podredumbre oculta de sus aguas, por su anacronismo, por sus amantes posesivos que la quieren muerta e inmortalizada a la vez, por su belleza arrebatadora que la hace tan vulnerable, por su propio cliché que la convierte en simple postal, porque es imposible tener una imagen propia a la que no acuda el manierismo elegante del Veronés, las aventuras de Casanova, el romanticismo de Byron, la muerte acechante de Tomas Mann, la mirada herida de lo que ya no existe y nos deslumbra.

Una boda de ricos muy ricos le ha devuelto a Venecia su protagonismo, su escándalo frívolo, su teatralidad incómoda. No es que los novios fueran los más adinerados del mundo. No es que los invitados fueran al parecer muy famosos. No es que la ciudad se humillara ante el oro, como lo ha hecho siempre. No es que sus canales se hayan convertido en una peligrosa alfombra tornasolada. No es que pretendieran reducirla a simple decorado exhibicionista, no. Venecia ha permitido a todos los sacerdotes del buen gusto aleccionarnos sobre el feísmo desaforado. Venecia ha dado voz a los intolerantes de la realidad para escandalizarse con el derroche, con que los ricos sean tan ricos y se permitan caprichos de ricos. Venecia le ha renovado el discurso a los que miran por encima del hombro no sólo a los pobres que viajan por el mundo en chándal y zapatillas sino también, hoy lo sabemos, a los ricos que no saben vestirse cuando van de boda.

A Europa le hemos robado su presente y sólo le queda ser reducto de lo que fue. El parque temático que todos quieren visitar, aunque no lo entiendan ni lo sientan. Europa ya sólo puede ser mirada, leída y escuchada en sus libros, en su pintura y en su música. La hemos hecho pasado. Bruselas es una mentira que nos une y Venecia un espejo no sólo para los que la pasean sino también, y esto es lo deslumbrante, para los que observamos con arrobo e interés a sus paseantes. Venecia nos desnuda. Sobre todo, a los que nos gusta que el mundo no tenga fronteras, pero queremos la ciudad sólo para nosotros y los de nuestro gusto. Venecia es el espejo de Blancanieves que guarda silencio y nos devuelve nuestro rostro, nuestra desnudez e impostura.

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