La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El paganismo es de interés público

Recuperar un rito pagano parece que nos concierne a todos; los ritos cristianos sólo les conciernen a ellos

Con tal de dar por saco a lo cristiano son capaces de hacerse paganos. O de jugar a serlo. Es asombroso que muchos que se dicen ateos sientan una inclinación tan acentuada por el paganismo. Niegan a Dios pero están dispuestos a jugar con muchos dioses, hasta con un panteón entero. Recuerdo que hace ya muchos años una de las progres oficiales de este país, que no perdía oportunidad de escribir artículos contra la religión y la Iglesia como absurdos vestigios irracionales, volvió de Sudamérica transida de admiración por el culto a la Pachamama. Lo mismo le pasa a Carmena. Tras intentar inventarse una Navidad acristiana el año pasado, dado que la desagradable razón de que estos días las ciudades se adornen es conmemorar el nacimiento de Dios, este año ha optado por lo compensatorio: tolerar algún detalle cristiano y, a la vez, hacer el guiño pagano de organizar una fiesta pagada con fondos públicos -porque recuperar un rito pagano parece que nos concierne a todos, mientras que los ritos cristianos sólo les conciernen a ellos- para festejar el solsticio de invierno.

Así, en el entorno del Puente del Rey habrá un "encuentro lleno de sorpresas, color, luz y fuegos artificiales para celebrar el fin del otoño y el inicio del invierno", con talleres previos para enseñar a los madrileños a fabricar los farolillos que deberán llevar. Pues muy bien. Que recupere enteras las Saturnales que los romanos celebraban, y después las Lupercales, las Liberalia y las Bacanales, que por lo visto eran todas muy divertidas y desinhibidas.

La clave de este gusto pagano es simple. El cristianismo está bajo sospecha de realidad, su Dios puede que exista y quienes dicen creer en él actúan en consecuencia. Es, por así decir, actuante. El paganismo, en cambio, está muerto, nadie cree en sus dioses y los planes de estudio se han encargado de que las jóvenes generaciones ni tan siquiera sepan quienes eran. Así que celebrar el solsticio de invierno es una escenificación vacía, una especie de Carnaval o de Halloween que no guarda ninguna relación con la realidad. Lo apropiado para esta progresía que, asombrosamente, se ha convertido en la más firme aliada de la superficialidad consumista. "Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa", escribió Chesterton. También escribió que hay quien disfrazándose se revela, porque cada cual se disfraza por fuera de aquello que es por dentro.

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