Palmas

23 de noviembre 2025 - 03:06

Toco las palmas como un perfecto flamenco. Es decir, como un oriundo de Flandes, con la misma gracia y destreza que se le presupone a un belga por soleares, que diría don Joaquín. Pero sé reconocer el buen compás. Algo es algo. En mi habitación de niño, al fondo de la casa, pasando la galería de madera que escoltaba el pasillo, había un tragaluz por el que se filtraba más claridad de noche que de día. Pared con pared con el traspatio de la Peña El Mono, aquel dormitorio color celeste pastel se transformaba cuando había suerte y por gentileza de mis ocasionales vecinos en todo un cuarto de cabales. El eco de sus palmas era mi particular fin de fiesta, de modo que caía en la cama dispuesto a soñar por bulerías. El tragaluz de mi cuarto retransmitió más cante jondo que Pepe Marín.

En esas yo pensaba que todos los niños de mi clase tenían una peña flamenca tras la pared del fondo de sus casas, pero con el tiempo fui descubriendo que, si acaso, había un taller mecánico, una gestoría o un callejón. Y muchas veces, ni eso. Ahora sé que tuve fortuna. En la cuna del flamenco, paradójicamente, no siempre es fácil estar tan cerca de esta suerte de fuego fatuo que es la pureza y la hondura, de los soníos negros que baila María del Mar Moreno, de las fatigas que pregona José de los Camarones, de los puñados de verdad que encierra en sus manos y en su garganta Ezequiel Benítez. Por mentar a algunos.

Esta ciudad nuestra podría estar yendo a Fitur trescientos años seguidos y no conseguiría tanto alcance como el que nos ha regalado Rosalía en el show con más audiencia de la televisión norteamericana. Pero Rosalía ha hecho algo más que eso: nos ha señalado el camino, nos ha recordado quienes somos, ha puesto a Jerez frente al espejo de su propia cultura. Probablemente, de paso, también le haya dado un empujón curioso a la candidatura de 2031. Por qué no.

Quizá un día de estos entre distraído en El Pasaje y me encuentre a Jimmy Fallon luciendo sonrisa profidén y golpeando la barra de madera con los nudillos. Ole. Quizá, de ahora en adelante estaré muy atento, una mañana cualquiera paseando por San Miguel me cruce a Rosalía, que se habrá venido donde Paco Cepero para seguir explorando las tierras del compás. Será un buen momento para frenar en seco, darle las gracias y pedirle que me enseñe a tocar las palmas.

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