Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Un hombre para la eternidad
Gafas de cerca
Eres más sospechoso que un gitano haciendo footing”; “Tienes más peligro que un sioux detrás de un matojo”, cosas así solían decirse sin sentir culpa cuando, todavía, la corrección política no nos había puesto ciertas bridas del todo necesarias: no todo lo que era tolerable ayer lo es hoy (y viceversa: hoy se toleran cosas que cierto tiempo atrás eran intolerables). Por ejemplo, no hay un racista más de manual que el que dice “les digo ‘negro’ en el fútbol porque son negros, ¿o no son negros? ¿No soy yo blanco?”. Como todo pendulazo conlleva vaivén, el afán ideologizado del progreso social esgrimió sus propias prohibiciones ya en el XXI, con un ejército de misioneros de la fe con sus nuevas ortodoxias; un sacerdocio laico tendente a lo punitivo. Así, se quiere quemar en plaza pública a históricas creaciones del arte o culturales, o multiplicar la sintaxis inútilmente (inútilmente para la sintaxis y el habla, que no para el huerto que carda cada uno, y una).
Los dichos comparativos son algo que ha crecido con los españoles desde la niñez, edad propia de esos aprendizajes de calle y cole. Quizá más entre los sureños. Pues cabe acuñar algún nuevo dicho sobre el daño que infligen las redes sociales a, en aparente paradoja, las relaciones entre conocidos. Y también –de forma inmensamente inútil– con los no allegados, esos que llamamos “contactos” aunque nunca los hayamos rozado y siquiera visto más allá de las platónicas fotos que mostramos en Facebook, perfil de Whatsapp y, supongo, de Linkedin, Instagram y TikTok. Que los chats los carga el diablo es algo de una u otra forma todos hemos experimentado: amigos enfrentados o rumiando resentimiento por bromas carentes de expresión, gesticulación, matices. O de mínima gracia. El teclado evita la mirada, el roce, la contención. Los desconocidos se sueltan por escrito risotadas sardónicas, se insultan y descalifican, una guerra narcisista e indolora. Como decimos, también se atizan los conocidos a tiro de clic; algo infinitamente más lamentable. Las guantadas sin mano y los pildorazos tienen ahí un terreno abonado por la cara oscura del pasado de cada uno y las elucubraciones. Podemos convertirnos en algo tan temible como un comanche tomahawk en mano y escondido detrás de un matojo con pantalla, envenenados por nuestras heridas del alma: con más peligro que una caja de bombas. Con mucha más ligereza que cara a cara, en un hilo de internet se puede perder la corrección. La llamada corrección política... y cualquier otra.
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