La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

El precio del destino

A colación de la noticia sobre la grave dolencia que padece Severiano Ballesteros, aparecía hace unos días, en la edición digital de este periódico, un mensaje de un internauta refiriéndose al hecho de que el campeón español no se hubiera sometido a una revisión anual, como es aconsejable, a partir de los cincuenta años. Lo desafortunado del comentario venía después, al hacer hincapié en que debería haberse hecho esa revisión "con todo el dinero que tiene".

Creo que estamos confundidos. Todos. Pensamos que el dinero tiene el poder suficiente para arreglar hasta el problema más crítico, como si un tumor (espantosa palabra), o una dolencia incurable fuera una hipoteca o un embargo, rápidamente solucionable si se dispone del dinero suficiente.

El destino de las personas, como la fidelidad verdadera y el honor, son cosas que siguen sin poder comprarse con un talonario. ¿De qué sirve una cuenta millonaria o un médico personal si antes de nacer nuestro sino ya está escrito? ¿Es que un puñado de euros puede hacer desaparecer un mal igual que una cuenta en números rojos?

El fin de los días, el final del camino llega cuando toca, cuando sale la bolita. Da lo mismo ser millonario que indigente, que ya dice un proverbio hindú que cuando acaba el juego peón y rey vuelven a la misma caja. Y puede ser que todo acabe en una cama de un hospital privado o público; sobre el asfalto o subido a un andamio; en un despacho de un rascacielos o en una tienda de ultramarinos. Todos esos lugares pueden tener la mejor puerta pagada a base de millones. Dará lo mismo: la muerte o la fatalidad lleva al cinto todas las llaves para abrir.

Craso error pensar que se puede comprar la suerte y la hora de la partida como si fuera un producto de supermercado. Quizá consigamos una prórroga, pero poco más. Y no habrá dinero en el mundo que lo arregle. El mal no entiende de edades y, mucho menos, de riquezas.

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