Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Donald Trump es en opinión de muchos un perfecto ignorante, y sus formas autoritarias una muestra de ello. Pero es, sin duda, el político que mejor ha entendido la relevancia de la comunicación audiovisual a la hora de enfrentarse con sus oponentes. Su aprendizaje en las capacidades de la Televisión viene de su etapa como presentador del programa de telerrealidad The Apprentice desde su estreno en 2004 hasta 2015. Este programa se convirtió en un fenómeno cultural y jugó un papel crucial en la consolidación de la imagen pública de Trump como un magnate de los negocios y una figura mediática influyente.
En The Apprentice, los concursantes competían en una serie de desafíos empresariales, y cada semana uno de ellos era eliminado con la famosa frase de Trump: “¡Estás despedido!”. El programa no solo destacó por su formato innovador, sino también por la personalidad carismática y a menudo controvertida de Trump. Su estilo directo y su habilidad para generar drama y tensión en la sala de juntas fueron elementos clave para el éxito del programa. Durante su tiempo como presentador, Trump utilizó el programa para proyectar una imagen de éxito y autoridad en el mundo de los negocios, algo similar a lo que Berlusconi hizo en Italia. Esto le permitió ampliar su marca personal y establecerse como una figura reconocida a nivel nacional. Además, The Apprentice le proporcionó una plataforma para perfeccionar sus habilidades como comunicador y showman, habilidades que posteriormente utilizó en su carrera política. Su capacidad para conectar con el público a través de la televisión fue un elemento esencial para explicar su éxito en las elecciones presidenciales de 2016. El resto es bien sabido.
Trump, como presentador, aprendió de la televisión que la clave para atraer la atención del público estriba en generar conflictos, no en resolverlos. El resto consiste en aparentar espontaneidad, descaro y una alta capacidad para improvisar. La verdad no juega este partido. No se trata de que la TV refleje la realidad, sino que la realidad es lo que ocurre en las pantallas de las televisiones. Basta por tanto con controlar los contenidos que ofrecen las cadenas, para definir lo que acontece, ya que lo que no se emite por televisión, simplemente no existe. Trump no es un intelectual, ni un poeta. Pero si un presentador de realities televisivos inmejorable que ha convertido al planeta en el plató donde es él quien decide a quien despide y a quien no.
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