Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
O cómo mantener el tipo ante la adversidad. La reciente toma de posesión del señor Mas como presidente de la Generalitat representó el marco perfecto para escenificar todo un cúmulo de desafíos al Estado, que hasta ahora no tenía parangón. Por aquello de "como estoy en mi territorio os vais a enterar de lo que soy capaz en mis afán por teatralizar mis ansías soberanistas", la ocasión se lo sirivió en bandeja. En el escenario del evento se retiraron todos los símbolos nacionales, incluido el retrato del Rey. Tan solo la enseña catalana y ni si quiera un brindis al estandarte europeo. Pero la muestra más evidente de cómo escenificar su reto al Estado español, y por ende, a todos los ciudadanos de este país, fue que el citado señor en su fórmula de aceptación del cargo ni juró ni prometió acatar la Constitución, ni cumplir o hacer cumplir las leyes y las normas básicas emanadas de nuestra Carta Magna. Se limitó a prometer ante su Parlamento fidelidad a las normas y leyes promulgadas por dicha Cámara regional. Si todo lo dicho y hecho no constituye un desafío manifiesto a los poderes del Estado, que venga alguien y me lo diga. El señor Mas saca pecho y se pavonea, tira por la calle de en medio y deja muy claro que en Cataluña quien manda es él y solo él.
Y como convidado de piedra, el señor Montoro, el cual en cumplimiento del protocolo no pestañeó al presenciar tanto despropósito. Bien sabía el titular de Hacienda el mal trago que tenía que pasar al representar al Gobierno español en esta ceremonia, pero no por ello montó en cólera. Al contrario de lo que hace semanas hiciera la señora Irene Rigau, en su día consejera de Enseñanza del Ejecutivo catalán en funciones, la cual montó su particular numerito dejando plantado al ministro Wert en la Conferencia Sectorial de Educación. Dos modos muy distintos de hacer las cosas que muestran a las claras la catadura moral de quines así proceden.
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