Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
E N Hispania, cuyo nombre griego era Iberia, se establecieron tres provincias bajo la administración del Imperio Romano: Hispania Baetica en el sur, Lusitania en el actual territorio de Portugal y Extremadura, y la Hispania Tarraconensis en el norte y noreste. Los árabes llamaron Al Andalus a toda la península conquistada, aunque finalmente su nombre se restringiría a un territorio algo mayor que la Bética, dando lugar a "Andalucía". La procedencia del nombre se remonta posiblemente a las tribus de vándalos que recorrieron la Hispania post-imperial, es el que ha perdurado actualmente como Andalucía. La capital de esta provincia era la ciudad de Córdoba.
La Bética. Tierra perdida en el tiempo. Cuna de emperadores y leyendas. Solar repleto de tesoros. Patria próspera. Sevilla la Vieja, Baelo Claudia, Carteia, Asta Regia, Munigua, Accinipo. Nombres evocadores. Escondida y presente a la vez. Admirada, soñada y perseguida por coleccionistas y estudiosos. Nuestra Roma se muestra en estos días en una soberbia exposición llamada El rescate de la Antigüedad clásica en Andalucía que la Fundación Focus-Abengoa ha tenido a bien regalarnos en el Hospital de los Venerables de Sevilla.
El imperio invencible comenzó a resquebrajarse. Llegaron los bárbaros y detrás de ellos las tropas islámicas que cruzaron el Estrecho. Pasaron los siglos y vinieron del norte ejércitos cristianos que se asentaron para nunca marcharse. La Antigüedad Clásica jamás se olvidó. Estaba ahí, en los hermosos capiteles califales, en los camafeos engastados en los relicarios que regalaban a las catedrales los reyes castellanos. El mito vivía larvado en gestos sutiles hasta que llegaron nuevas ideas desde Italia. Allí habían comenzado a buscar bajo la tierra testimonios de un pasado admirado y pronto la moda llegó a estas latitudes. Rodrigo Caro. Benito Arias Montano. Los atrevidos duques de Alcalá que llenaron de mármoles clásicos un palacio de un pueblo perdido llamado Bornos, que se convirtió en una pequeña corte cosmopolita.
El proceso ya fue imparable. El pasado clásico impregnaba el arte nuevo. Arcos de triunfo en las portadas de los palacios. Ruinas y perspectivas en la pintura. Columnas dóricas en los azulejos. Grutescos. Carlos V era César. Cristo era Hércules. Llegaron los monarcas ilustrados con dinero para realizar campañas en los principales yacimientos. Los estudiosos perfeccionaron sus métodos y nació una arqueología científica. Nuestra tierra recibió la visita de Antonio Ponz, que describió y elogió sus ruinas romanas. Sevilla asistió a los delirios de la condesa de Lebrija, que forró su casa con lo que pudo sacar de Itálica. Andalucía abrió sus entrañas a Jorge Bonsor, Manuel Gómez Moreno y Manuel Esteve. Las piezas fluyeron hacia los nuevos museos. El pasado poco a poco tomaba forma.
Sarcófagos, retratos, monedas, utensilios…Todo queda dispuesto de un modo exquisito en las diferentes salas de la exposición junto a documentos, libros y retratos de los personajes que nos devolvieron el esplendor de la Bética. El Efebo de Antequera, la Venus de Itálica o las Leyes de Osuna son algunas de las maravillas que podemos contemplar. Videos, audioguías incluidas en el precio de la entrada, una iluminación cuidada con mimo y un catálogo fantástico se unen en una muestra con un afán didáctico rara vez visto por estos lares.
No lo duden, vayan preparando la tortilla y cuando la tengan hecha cojan su coche, el tren o un autogiro si hace falta y plántense antes del 28 de febrero en el precioso edificio barroco que la Fundación tiene en todo el centro del bario de Santa Cruz. Les aseguro que no se arrepentirán.
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