Para cuando nos rompamos

La idea del ‘Kintsugui’ consiste en no esconder las cicatrices que la vida causa, sino mostrarlas

Creo recordar que fue a Felipe González a quien primero escuché hablar de la inutilidad de los jarrones chinos. Se refería al valor decorativo y molesto en que queda convertido quien alguna vez ha sido relevante, cuando debido al paso del tiempo deja de serlo. Son objetos de teórico gran valor y belleza; frágiles y que conviene cuidar ya que se rompen con facilidad; que ocupan sitio, pero que nadie sabe muy bien donde colocar, porque envejecidos como están, distan mucho de modernizar los espacios que ocupan. Innecesarios terminan por ser más un inconveniente que una oportunidad, porque quien ha sido el capitán del trasatlántico, rara vez se acostumbra a navegar en una zódiac. Las victorias diferencian a quienes las logran de quienes no las consiguen; las derrotas, por el contrario, nos igualan a todos, y convertirse en un objeto inservible afecta dolorosamente a quien lo padece.

Y desgraciadamente a todos llega un momento así. Ya sean reyes que terminan exiliados; presidentes de gobierno a quienes sus partidos borran de su memoria; deportistas invencibles a quienes alguien más joven les derrota y los retira; actores, músicos, presentadores que dejan de estar de moda; directivos cuyos ciclos terminan. Todos caen y se rompen. Los japoneses inventaron hace años una técnica para arreglar cerámicas conocida como kintsugui. Se trata de recomponer con finísimos hilos dorados las grietas que el paso del tiempo produce. La idea consiste en no esconder las cicatrices que la vida causa, sino mostrarlas como un ejemplo de resistencia y de mejora ante las dificultades. Se trata de convertir aquello que estaba roto, rellenando los surcos, las derrotas y las decepciones, a base de aceptarlas y comprenderlas, con la belleza que supone la determinación por vivir en cualquier circunstancia. Actuar así, recompone los trozos de lo que se ha quebrado y crea un objeto nuevo, diferente y más bello si cabe.

De ahí que para cuando el tiempo nos atrape, nos desaloje del trono que hemos ocupado y nos trasforme en jarrones chinos que seguro se romperán, aconsejo tener cerca el mayor número posible de amigos, porque ese es el hilo de oro necesario para practicar el kintsugui con nuestras heridas. Pasamos la vida enloquecidos por acumular posesiones innecesarias, ignorando que lo imprescindible para cuando el mundo nos abandone, consiste en tener amigos que nos inviten a navegar al timón de un velero y a cenar con abundante marisco. A poder ser con el alojamiento y los traslados incluidos.

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