Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
Biografías de Franco hay para todos los gustos: desde la hagiografía hasta el libelo difamatorio hay donde elegir. Yo personalmente recomiendo la de Paul Preston, pero hay otras igualmente buenas, con acertados análisis desde la distancia de un personaje histórico de excepción en un país moderno de la Europa occidental. Franco y el franquismo están creando una neurosis, y ya sabemos que en estado de neurosis las opiniones y los juicios nacen torcidos. Franco no inventó nada. Tomó símbolos que ya existían para componer un escudo: el yugo y las flechas de los Reyes Católicos, el águila de san Juan evangelista, tan antigua como la visión de Ezequiel, y elementos de los diferentes escudos de los antiguos reinos españoles. Franco no fue un nazi, ni siquiera un fascista, fue un dictador según el modelo de los llamados espadones del siglo XIX. Tampoco creó una ideología ni un sistema político original.
La búsqueda de símbolos franquistas para destruirlos y de colaboradores con el régimen para proscribir sus nombres hará más injusticias que otra cosa, porque cuatro decenios de dictadura no se borran con albañiles. Álvaro Domecq, Tomás García Figueras o Manuel Lora Tamayo tienen méritos propios aparte de haber desempeñado cargos durante la dictadura. La lista de los colaboradores de Franco, desde los más altos a los más insignificantes, es muchísimo más larga que la de los muertos republicanos enterrados en fosas comunes. Se ha dicho de todas las maneras: Franco fue el mal menor, tolerado dentro y fuera por temor a una dictadura proletaria. Los falangistas (la versión española del fascismo), los monárquicos, los católicos demócratas, los republicanos reformistas, catedráticos, magistrados, escritores y artistas, las democracias occidentales y gente de toda clase y condición acabaron por tolerar a Franco, aunque lo despreciaran, como freno de una revolución extraña e imprevisible.
Ningún país sobrevive cuarenta años en manos de perversos e imbéciles. No conozco ningún caso. Los llamados colaboradores de Franco habría que analizarlos uno a uno. Y los símbolos que tomó, anteriores a él, que formen parte de la arquitectura de un edificio, de su estética, deben dejarse como están, porque, repito, no los inventó Franco. Las leyes con efecto retroactivo para despojar de honores a determinadas personas o sacarlos de su tumbas en sagrado, es simplemente ridícula. Sólo el encono de quienes no fueron capaces de echar a Franco del poder imita a la Inquisición cuando sacaba cadáveres de herejes para quemarlos en las plazas públicas. Ni siquiera como estrategia política tiene dignidad. Representan a la España peor, la incapaz de perdonar, la revanchista y maliciosa que se atreve con los débiles y no quiere aceptar su historia siguiera sea para aprender de ella.
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