Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Días antes de mi llegada a La Valeta, el escritor maltés Jean Paul Borg, que se había encargado de traducir unos poemas míos a su lengua para la ocasión, conversaba conmigo sobre las dinámicas propias de la colonización. Lo hacía –reflexionaba– desde unas islas una y otra vez colonizadas hasta su independencia en 1964. 7.000 años de dominación externa. Tales ínsulas, estratégica y bellamente situadas, las ganaron fenicios, cartagineses, romanos, árabes, normandos, españoles (de 1282 a 1530), franceses, británicos…, cuyos rastros toman forma no solo de gráciles ruinas, sino de fuertes murallas disuasorias. Allí, desde los altos jardines de Barrakka, el resultado de la historia y sus abismos me pareció único. Con tanta imposición invasora –y aunque al rato salí de mi error sobre la acepción del término– no me pareció ni raro que en la concatedral de San Juan encontrara capillas advocadas a diversas “lenguas” (las anglo-bávara, italiana, aragonesa, catalana, la de Castilla, la de León…).
Siendo ahora Malta república independiente, vive el último y más devastador de sus asedios, el de un modelo turístico abrasivo: el pasado año, este país de menos de 500.000 habitantes recibió casi cuatro millones de visitantes. A diferencia de las anteriores invasiones, esta promete no dejar nada perdurable en la isla, antes bien, parece dispuesta a esquilmarla. De cualquier casilla brotan brigadas de turistas que ocupan por riadas las riadas de veladores de calles infinitas que dan al mar por ambos cabos. En los supermercados que nunca cierran hay más cola que para ver los caravaggios (y para ver los caravaggios en el Oratorio nos dan a las mujeres una capa para cubrirnos, cuando lo que debiera exigir el decoro es no ir disfrazadas del Coronel Tapioca). Curioso que, quienes exigen a los inmigrantes que no recen sus rezos, coman sus comidas, hablen su habla ni vistan a la morisca, se adapten a tope a los turistas y sus horarios, sus idiomas, sus balconings (son sus costumbres y hay que respetarlas). Donde digo Malta quise decir Andalucía. Hay formas de desarrollo distintas a la autofagia, estoy segura. Lo pienso mientras contemplo en el MICAS una obra del maltés Pierre Portelli de la exposición El espacio que habitamos. En ella, junto a un noray, contempla fijo y sin asedio la vida, los barcos, la isla.
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