Jesús Benítez
David Gilmour, alma viva de Pink Floyd
La esquina
Cultivando la especialidad de la Casa -dispararse al propio pie- el Partido Popular está a punto de conseguir que su resonante triunfo electoral de mayo en la Comunidad de Madrid se convierta en el detonante de una derrota nacional. Que la victoria aplastante de Isabel Díaz Ayuso sobre la izquierda de todas las tonalidades sea menos problema para Pedro Sánchez que para Pablo Casado. El mundo al revés.
Que haya tensiones entre la dirección del PP y la presidenta madrileña es absolutamente normal: se lucha nada menos que por el poder interno, por el control de la organización. Que Ayuso se haya venido arriba y el éxito haya multiplicado su ambición, también. Lo anormal, torpe y políticamente patológico son los celos de Casado y su respuesta a la defensiva a los desafíos de la presidenta paratrumpista. El miedo es lo que tiene, que es un pésimo consejero.
Porque de momento lo único que persigue Díaz Ayuso es que la elijan presidenta del PP de Madrid en un congreso regional que lleva aplazado varios años. Ha sido anunciar su candidatura y en Génova, en la sede de los fantasmas populares, han cundido a la vez el pánico y la búsqueda afanosa de candidatos alternativos. Pero Ayuso no pretende nada distinto a lo que ya tienen otros barones del partido, como Moreno Bonilla y Feijóo: reunir en sus personas la presidencia autonómica y la orgánica.
¿Que esto sea sólo un primer paso hacia la toma del poder interno y el relevo de Casado? Puede ser. Conociendo al personaje Ayuso, diría que casi seguro que lo es. Se trata de hacer valer su victoria electoral en la más influyente autonomía española para controlar la muy decisiva organización territorial del PP y, desde ambas plataformas, asaltar el liderazgo nacional para el caso de que Pablo Casado fracase en las próximas elecciones generales. Más o menos, como intentó, sin conseguirlo, Esperanza Aguirre contra Mariano Rajoy.
Este temor preventivo es absurdo. Responde a la propia inseguridad de Casado, que en lugar de subirse a la ola de euforia de Ayuso la entroniza como su gran rival. Demuestra una gran desconfianza en sus fuerzas y su liderazgo. Como si se hubiera instalado en la idea de que tampoco ganará en las urnas la próxima vez, pese a las encuestas. Ahora bien, si no gana a Pedro Sánchez en su tercera oportunidad, no tendrá una cuarta. Su partido lo quitará. Y entonces ¡qué más le da que le sustituya Díaz Ayuso o cualquier otro! Él ya estará fuera.
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