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Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

De la tilde al lenguaje

EL lenguaje es la palabra, la gramática, el acento, la ortografía y la agricultura que hagamos del mismo, si queremos tener un huerto feraz y medianamente recolectable. Traigo esto a colación de la disputa que se ha montada en la mismísima RAE con las normas de acentuación respecto a las tildes diacríticas. La institución cultural se ha reafirmado en su postura a la hora de contestar las dudas de una usuaria de Twitter respecto al adverbio “solo”. La respuesta de la RAE deja claro que esta palabra no se debe acentuar (pese a que en la web del organismo dice que sí que se puede cuando hay riesgo de ambigüedad): “El uso de la tilde en la escritura del adverbio ‘solo’ no está justificada y nuestra recomendación es no escribirlo nunca con tilde”. Sin embargo, en este choque de trenes, elogio, pondero y me decanto por la postura que el académico Pérez Reverte mantiene sin contemplación: ‘Lo dije no sólo una vez y no lo dije solo. Sólo uso la tilde cuando estoy solo, pero sólo para sentirme menos solo. Considere que el hombre solo habla con Dios y el acompañado sólo con quien lo acompaña. Ahora, escriba sin tildes esa chorrada que acabo de escribir. Y descifre’. Siendo importante, no es sino un fleco más de tantas cosas significativas que visten y adornan la lengua y sus muchos derivados: el lenguaje, su uso y sus muchas aplicaciones para la vida, sin la cual la vida misma quedaría muda.

Yendo a otro nivel, que también tiene su tilde. Hay mucho lenguaraz y vocinglero que profanan la palabra sin vergüenza. La lengua, que es lo mejor que tenemos, se convierte, en ocasiones, en dura, mordaz y viperina, cuando la malevolencia se viste, en forma de violencia verbal, de infamia y vulgaridad. De hecho, es utilizada por los siete pecados capitales (incluía la nueva ley educativa) y a todos les confiere cauce comunicativo. Parece que en los últimos tiempos se ha desarrollado de manera latente cierto lenguaje irrefrenable, soez, en gran medida, y pobre en matices, por lo que se asemeja más al vaso excretorio que a la sutileza semántica; hay mucha onomatopeya, grandes ladridos y mucho rebuzno (que no de Apuleyo). Habida cuenta que hay quien muerde con la boca cerrada, los mordiscos vienen de la lengua con las murmuraciones, los chismes y las calumnias; y en no pocas ocasiones envueltos de abrazos fraternos (asunto que daría para un estudio de la feria y sus facundias).

Seguramente la agresividad social sirve de cultivo para el desarrollo degenerativo de este lenguaje que lleva en sí una fuerza destructiva del respeto mutuo y mina la base de la socialización. Aunque culturalmente hemos desechado el canibalismo; sospecho que lo hayamos reasentado en verbo y papel. Tenemos un arma mortífera en la boca, con diente y ponzoña, que con tanta procacidad hacen del lenguaje un torcido camino, más cercano a la rijosidad y la blasfemia que al encanto de la comunicación.

No quisiera ser intransigente (o intransigenta) con el desliz lingüístico al uso, pero no estoy de acuerdo en que se tome este desacierto como minucia banal e inocua. La boca dice lo que lleva el corazón y por ella se destilan las ideas, que existen en las palabras, porque son a través de ellas como se configuran los pensamientos. Aquí, en esta frontera del lenguaje, también se defiende la vida; porque por la mala lengua, sin duda, se provoca la muerte. Minimizar la gravedad del lenguaje supone, en el fondo, devaluar la palabra. ¿Qué somos sin la palabra, sin esa realidad profunda y simbólica que hace posible que el hombre sea algo más que comedor de zanahorias? Quien habla mal, piensa mal y obra mal. La mala digestión de las palabras crea mal aliento y dan la nota de lo que somos. Es preciso auscultar la lengua, como hacen los galenos, para diagnosticar la buena o mala salud que tengamos. Enséñame la lengua y te diré quién eres ¡Qué lengua tan sucia! Cuidar el aliento de las palabras también repercute en la salud del prójimo, a quienes ensombrecemos cuando nos dirigimos a ellos sin respeto (véase Parlamento).

Me duele y me duelo del lenguaje. De la pobreza en la que incurre, tanto como en la denigración de su uso. Las consecuencias pueden ser alarmantes porque la boca está en relación con una realidad más profunda y existencial. La boca no es sino el brocal del corazón, y la vida sin corazón puede llevarnos a la crecida del vacío que llevamos dentro.

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