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Muchos tipos de koldos y un solo Dios verdadero: el dinero

Para cuando se tienen dudas, el diccionario ayuda. No hay que confundir la ambición, que según la RAE es el “deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama”, con el lucro o “ganancia o provecho que se saca de algo” ni con el egoísmo, que es el “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”. La ambición puede ser buena, si comporta el crecimiento personal no autodestructivo y la relación considerada con el prójimo. La ambición, en fin, puede ser legítima si no rebasa las barreras de la ética. Y lo mismo le pasa al lucro. Aunque la palabra soporta cierto componente peyorativo, el lucro no tiene por qué ser malo si no conduce al exceso y, sobre todo, si no se realiza a costa de los demás o subvirtiendo la legalidad. Ambición y lucro se vuelven perniciosos, en cambio, si están infiltrados por el egoísmo. En ese caso, el deseo de enriquecimiento carece de medida y límite y se realiza, sin reparos, a costa de provocar el mal a una, varias o muchas personas.

En estos días en que tenemos en la boca a cada momento la corrupción y las determinaciones al respecto de la policía, la política y el poder judicial, tampoco hay que confundir lo que es legal con lo que es inmoral; porque hay muchas cosas que, sin dejar de ser legales, son evidentemente incorrectas y muy poco ejemplares. En esta sopa caliginosa andamos. Me da igual cómo se llamen los sujetos (Koldo, Tomás, Luis, Alberto o Menganito), me da igual de qué partido sean y de quién sean amigos, hermanos, primos o cuñados. Me da igual, incluso, que algún juez diga que cobrar una comisión desmedida por la realización de una mera transacción comercial es una operación amparada por nuestro ordenamiento. Para mí, el que una persona aproveche su nombre, sus contactos o sus capacidades para obtener un lucro excesivo en un contexto dramático de desesperación, urgencia y crisis es algo impresentable, censurable y vergonzoso. Es como si, durante una hambruna, el que tiene las patatas almacenadas aprovechara para triplicar su precio y hacerse rico, provocando como efecto colateral que algunas personas no puedan comprarlas, se arruinen por hacerlo o, incluso, mueran de hambre.

Esto pienso de la ralea de todo tipo que se aprovechó de la venta de mascarillas mientras la gente carecía de ellas y moría por miles. Esto pienso de aquellos que, en lugar de sacar lo mejor de sí mismos, su solidaridad y su empatía, sobrepasaron todos los límites de la ambición y el lucro para desplegar un egoísmo de la peor estirpe. Especuladores sin corazón dispuestos a todo como estos me dan arcadas y arcadas me da ver a los que, con tibieza, los justifican y a los que solo ven la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga del propio. Con este tema, más que con ningún otro, debería ser objetiva e implacable la justicia y, al menos, dejarnos disfrutad, como auguró la célebre frase bíblica, de que no haya paz para los malvados.

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