Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
HACÍA varios días que esperaba la llamada de mi primo Arturo. Desde hace muchos años, llegadas estas fechas, vamos los dos a sacar la papeleta de sitio. Era raro que no me hubiera llamado y más raro, todavía, que con el cónclave, no hubiera dado su tabarra habitual. Porque lo que ustedes no saben es que mi primo Arturo, entre sus muchas rarezas, tiene la de ser un enamorado de todo lo que tenga que ver con el Vaticano y los Papas. Por eso, era de esperar que nos diera la tabarra con el protodiácono, el camarlengo, los guardias suizos, el pie que calzan, si les gusta el vino tinto o si son de la Juventus. Anteayer me encontré un mensaje. Primo, ¿tú sabes lo que es la triada capitolina?, ¿tendrá algo que ver con lo de Chipre? Mala cosa si mi primo no me hablaba del nuevo Papa Francisco. Lo llamé, ¿Qué te pasa, tío, que estás atontado, qué es eso de la triada capitolina y de lo de Chipre? Primo, estoy malo, creo que este verano he cogido algo en el barco. Me ha dicho mi amigo Antonio, el médico, que estoy muy gordo y que me mire la triada capitolina. ¿Por qué no lo llamas, que a ti te hace más caso? Hay que decir que mi primo cogió un pellizquillo en el euromillón y se fue de crucero por el Mediterráneo. Estuvo en Italia, en las Islas Griegas y en Malta, nunca en Chipre; pero como es una isla, para él es igual. Temí que a mi primo se le hubiera ocurrido meter el dinero en un banco de Chipre. Llamé al bueno de Antonio Lucas que había sido compañero nuestro en el instituto. ¿Quillo, qué le has dicho tú a mi primo que está medio depresivo, creyendo que se va a morir? Me contestó todo extrañado: tu primo está como una rosa, lo que pase es que lo vi un poco gordo y le dije que se mirara el colesterol, los triglicéridos y la glucosa. ¿La triada capitolina? Le pregunte. Claro, lo mismo que si le hubiera dicho el triunvirato de César, Pompeyo y Craso. ¡Pa matarlo!
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