Sin vergüenza

Uno de los grandes vacíos invisibles de la política española es el del juicio crítico de la autoridad

Ya conté que me resisto a echar la culpa a los alumnos si acaso tienen bajo nivel en un examen. La responsabilidad del profesor estriba, precisamente, en elevarles el nivel y en prevenir que escriban o digan disparates. Esa actitud me la traigo a la crítica política. Me da alergia rematar un análisis hablando de que la gente vota mal o que tienen lo que se merecen.

Que, por supuesto, es verdad. La gran diferencia entre esta legislatura y la anterior, es que ahora no nos queda el consuelo de que Pedro Sánchez esté engañando a sus electores. Antes les dijo que no haría lo que hizo. Ahora da lo mismo lo que dijese, pues incluso sus votantes sabían que haría de su capa un sayo. Votaron a este hombre y a su circunstancia, incluyendo cambios de opinión, reventones del orden constitucional, pactos con el diablo y lo que se le encarte.

¿Me contradigo? Lo parece, pero no. Muchos votantes han votado a este Sánchez, sí, pero me resisto a consolarme cargando sobre ellos toda la responsabilidad. El liderazgo democrático debería conducir a sus votantes a posiciones dignas. No dejar que se autohumillen votando lo peor. En resumen, los votantes de Sánchez han votado la foto con Bildu, pero aún así un líder ético tendría que habérsela evitado. Los líderes tendrían que ser, en primer lugar, mejores que sus votantes y, en segundo lugar, promotores de un mejoramiento de la nación y de los electores propios.

Ahí es donde tenemos un agujero negro. Hemos perdido el contrapeso de la autoridad de los mejores. No hablo de los que los americanos llaman checks & balances, sino de la auctoritas en un sentido clásico. De manera coloquial, hablando de literatura, lo describía así Logan Pearsall Smith: “Nada es perfecto en este mundo; y a pesar del ruido que hacen y de sus cuentas corrientes, la complacencia de nuestros pletóricos autores no deja de inquietarse en ciertos momentos –me dicen– sabiendo que hay un grupito, a la vuelta de la esquina, de gente sin importancia, que no se deja impresionar, que se burla, que les desprecia”.

Ahora los poderosos han dejado de inquietarse por el juicio moral o estético o jurídico o todo junto de ningún grupito. Ya les da igual. Y como al grueso de los votantes los pueden llevar de aquí para allá sin despeinarse, se refocilan en la potestad que le dan los votos para hacer cualquier cosa. Entre los graves problemas de España, éste es uno de los más corrosivos.

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