En tránsito
Eduardo Jordá
Lluvias
Gafas de cerca
Bajo una cornisa de la calle Veedor de Cádiz pude ir viendo cómo en varios días un pájaro preparaba el nido para los huevos que empollaría con su collera. Un trabajo de construcción ímprobo, de pequeño titán. Pequeña titánide, puesto que era gorriona la que arrimaba y colocaba, con gran afán y denuedo, ramichuelas, hierbajos y hasta colillas y plásticos. De vez en cuando, aparecía el macho y echaba una mano (mejor dicho, un pico y una pata). Sé diferenciarlos; poco más sé de aves. En ellas domina el pardo claro, y sus picos son amarillos; carecen del color negro en su plumaje, que es evidente en los buches y en la queratina de los morros de los machos. Metido entre los clientes de la bodega que salían a fumar apurando un amontillado de Hidalgo, ver a tres metros trabajar con tanto ahínco y tino a aquella leve criatura producía divertimento, cierta emoción, mucha admiración. Y no poco complejo de inútil.
Cazados en redes, he comido pajaritos en salsa y con arroz. Me gusta la perdiz escabechada de las antiguas cestas de Navidad, y más aquellas con las que tienes que tener cuidado de no astillarte una muela con un perdigón. He comido “pastela”, paloma mora a la wellington. Y pollo y lomo de guarro por un tubo. Pero, para primavera, no tengo redaños de colocar una mallita en el tubo alivio de la consola de aire, en la que cada año anida la saga de progenitores y pelones, en quince días hechos gorriatos, que pían con desespero desde la primera alba. Un vecino se me ha quejado. Algún día he espantado a las siniestras cotorras verdes que se tapiñan a pollos de congéneres de otras razas, y de murciélagos. Son loritos importados y de infame cantar, expansionistas, contra quienes los gorriones no tienen nada que hacer. Van desapareciendo, por esta y otras causas.
Me he acordado de ellos al leer ayer una noticia: “Ibiza, masificada y al borde colapso (...) un destino expropiado por el turismo donde el ciudadano autóctono está condenado a la desaparición”. Poco más hay que decir. Quizá plantearse dar una tragantada sin maldad al próximo que nos venga con que, sin turismo, el PIB de mi ciudad y la de usted serían un zurullo de gorrión. La deportación del lugareño en los destinos codiciados está en curso. Y dejarán de ser destinos para nadie con sesera y bolsillo. Un pan con unas hostias.
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