La columna

Bernardo Palomo

Sin vuelta de hoja

16 de marzo 2016 - 01:00

PUES sí, señores, aunque ustedes hayan oído, en estos últimos días, en los medios a muchos decir lo contrario y pontificar, con espurios planteamientos, las corridas de toros están ancestralmente implicadas en lo más profundo de la historia y de la cultura de este país; lo mismo que lo estuvo en el de casi todos los países del Mediterráneo. Y si los ilustres y caritativos defensores de la fauna opinan lo contrario y ondean, con la más absoluta desfachatez e impunidad, su interesada, esquiva y absurda manifestación de aquello de que la cultura es sólo un canto que los taurinos manejamos porque no tenemos otros registros con qué argumentar, únicamente es producto de su absoluto desconocimiento y de sus patéticos recursos de los que no ven más allá del largo de la cuerda que amarra su cautiva mascota. Pero no vale la pena perder un segundo con individuos de tan escasas luces intelectuales, allá ellos con sus deslustradas conciencias animalísticas. La cultura taurina no hay que defenderla porque ya se defiende ella sola. La historia, la literatura, el arte, la lengua... todo ello está ahí con sus indiscutibles argumentos para cimentar su realidad fuera de toda duda. La pena es que su existencia dependa, no de las protestas de energúmenos equivocados, ofensivos y portadores de opiniones ajenas - los manifestantes son pobres ágrafos sin conciencia - sino de la propia realidad taurina que no está sabiendo plantear adecuadamente la verdad de lo que es y debe seguir siendo. Si las cosas se hubiesen hecho adecuadamente, si nuestros gobernantes - los de todos los colores - no hubieran caído en el juego interesado de los votos y hubieran dejado de ser tibios manipulados por los resultados posibles de las urnas, habrían mantenido en pie una situación que no tiene vuelta de hoja y ahora no estaríamos envidiosos de nuestros listos vecinos, los franceses, que sí han hecho bien las cosas. Por lo tanto entonemos nuestras culpas. Los que ladran no muerden, el bocado nos lo hemos pegado nosotros con nuestra absoluta indolencia.

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