“Yo ya sabía
del duende que se esconde en Cantarería”
Hace unos años, quizá en 1971, recibí una llamada de D. José Virués Vega desde Chiclana para invitarme a “El Pescado de la Teja” que anualmente celebraban en su bodega los hermanos Virués.
Aquel día tuve la suerte (yo soy un entusiasta de la estocástica, ciencia del azar) repito tuve la suerte de compartir mesa con Rafael de Paula y Manolo Caracol. Durante el almuerzo me fui enterando de cosas que ellos contaban y que yo profesionalmente, tan amante de las biografías, las analizo y me enriquecen enormemente. Eran dos personajes de una profunda sencillez y hondura y tanto Rafael Soto Moreno como Manuel Ortega Juárez, me ofrecieron una tarde inolvidable.
A Rafael lo he conocido a lo largo de mi vida y siempre me llamaba la atención su manera de filosofar con frases precisas sobre temas determinados. Paula probablemente no sabía que se estaba moviendo en la vertiente filosófica de la Antropología, pero en su sencillez no se las daba de filósofo. Solo era un pensador de los avatares de la vida.
Así pues, Rafael siempre hablaba sin prisas, probablemente sus rodillas le ayudaban a olvidarse de los apresuramientos. Sin embargo, sus manos se movían con la cadencia y la profundidad que hizo que su capote haya sido santo y seña del “mejor capote de la Tauromaquia”.
Siempre que iba a verlo torear pensaba como jerezano en los misterios con que se rodean algunas cosas, por ejemplo, el misterio del Palo Cortado que alguna vez sucede y siempre estamos a la espera, y es que la espera es la puerta de la esperanza, algo con lo que se sueña. Por eso, cuando iba a verlo ya tenía el empaque de su figura, solo me faltaba que del vuelo de su capote nacieran aquellas inolvidables verónicas con la mayor plasticidad del mejor de los artistas.
Aquel día chiclanero, ya lejano, en la sobremesa, pergeñé un soneto que más tarde incluí en mi libro “En la orilla del Sur” y que intitulé “A las manos de un torero” y que dice así:
Cuando la tarde se vistió de estío,
cuando el sol en la arena todo espanta
llega el arte gitano y se le planta
en los medios, pidiendo desafío.
Rota la brisa un ¡ay! de escalofrío,
roto el silencio y muda la garganta
y es que Santiago cuando Paula canta
cabalga por la tarde el desvarío.
Asomada la gracia a los pretiles
enloquecido el aire por su aroma,
la vida que se enciende en los toriles
se envuelve en tu cintura donde asoma
el arte puro y hondo de sutiles
manos que encierran vuelos de palomas.