El Cristo del Amor

Implorante Madre de los Remedios con sones trianeros

  • El Cautivo se paseó sobre un tallado canasto que aguarda su finalización

Impresionante fue ver cómo el misterio asomaba dejando atrás aquella pequeña capilla repleta de capirotes blancos perfectamente ordenados donde una esmerada diputación de gobierno hace aprovechable cada rincón de aquel bendito lugar. Sones trianeros de la banda de San Juan Evangelista barruntaban un Martes Santo de lo más apetecible. Rayos de sol entremezclados con viento fresco iluminaban el dorado de Manolo Calvo en un canasto donde el oro y la plata se mezclan soportando un friso de claveles rojos. Nutrido fue el cortejo de túnicas blancas avanzando camino de la Porvera dejando atrás el problemático balcón que cada año solventan con maestría Manuel Vega y su cuadrilla. El Señor del Amor se divisaba a lo lejos con su bendita Madre a sus pies. De talla anónima, la Virgen de los Remedios orientaba al cielo sus rasgados ojos que hacen de esta imagen una de las mejores tallas de dolorosas de la ciudad. Cincuenta y seis codales iluminaban el misterio que caminaba de frente entre los adoquines de la estrecha Chancillería. A su paso se dejaba ver el símbolo del amor, el pelícano, detalle de la trasera del paso que diseñara Dubé de Luque, en el que el animal se hiere a sí mismo para alimentar a sus crías.

Le tocaba el turno al Señor Cautivo. De costero a costero camina sobre las andas que poco a poco la hermandad ve como se va finalizando su tallado. La banda de San Juan, encorbatados con sus nuevos uniformes, acompañó con sus sones el caminar. El Cristo de Eslava bendecía así a ese Jerez que, cargado de promesas, desgasta sus pies todos los martes del año.

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