El Amor

La elegancia blanca

  • El paso de Jesús Cautivo estrenó este año los dorados tanto de la delantera como de la trasera

SIEMPRE impresiona contemplar cómo, minutos antes de las 6 de la tarde, el Misterio del Cristo del Amor asoma por el dintel de la puerta, dejando atrás aquella pequeña capilla que allá por 1990 bendijera el recordado Don Rafael, llena de capirotes blancos perfectamente ordenados donde una esmerada dirección de cofradía da todo un ejemplo de aprovechamiento del espacio.

Con la vista puesta en el cielo pese a los optimistas partes que se transmitían por emisoras de radio e internet, se echaba a la calle una cofradía grande, curtida en la adversidad casi desde su fundación. A los sones trianeros de la banda de San Juan Evangelista, que barruntaban un gran Martes Santo, la Cofradía que preside Juan Verdugo se plantaba en la flamenca plaza de San Juan con un nutrido cortejo de más de doscientos hermanos vistiendo la blanca túnica y el característico cinto de esparto rojo. Unos tímidos rayos de sol de entre las nubes iluminaban el calvario donde destaca, además de la figura del Cristo que saliese de las gubias de Ramón Chaveli, la hermosísima Dolorosa de los Remedios, orientando al cielo sus rasgados ojos. A destacar los dos romanos de nueva factura que portan el Senatus (insignia que sitúa en un espacio y un tiempo concretos los hechos históricos de la pasión de Cristo y que no va en el cortejo, sino encima del paso de misterio). Todo ello sobre unas andas que diseñara Dubé de Luque y magistralmente llevados por 40 hombres que pusieron todo su corazón y toda su alma a las órdenes de Manuel Vega, sorteando más de un balcón para hacer presente ese canto de Amor absoluto que es la entrega de la propia vida a favor de los otros.

Delante del paso del Cristo del Amor, le tocó el turno al Señor Cautivo. Sobre un monte de claveles “sangre de toro” camina sobre las andas que poco a poco la hermandad ve cómo se van finalizando, estrenando este año el dorado de la delantera y la trasera, con sus respectivas cartelas, y con un relicario de principios del siglo XX que porta una reliquia del Beato Juan XXIII, el Papa bueno que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara un poco de aire fresco. La banda de San Juan, tan unida desde sus comienzos a esta corporación, acompañó con sus sones el caminar. El Cristo que tallara Eslava bendecía a ese Jerez que, cargado de promesas, se postra y desgasta sus pies todos los lunes del año.

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