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Donde el 'pescao' canta por bulerías

  • Historias de una plaza de abastos ahora "desértica" que hace años vivió la fiesta, el reencuentro y las buenas cajas · De una noche de Navidad entre bailes y cantes, hasta los domingos llenos a reventar después de misa

Hace unos años, el pescadero Manuel Flores estaba en el muelle en la noche previa a Nochebuena. Entró la rubia que vendía ajos y bajo el brazo llevaba una botella de brandy... "formamos todos una fiesta por bulería increíble, cantando, bailando... vamos, que el pescao se quedó en el mostrador". De una familia que se ha criado en un puesto de la plaza de abastos desde hace cien años, Manuel cuenta que el mercado ya no es lo que era ni de lejos. "Antes era una de las más bonitas de España y ahora, mira cómo está ahora", declara el jerezano. Y entre los 'males' que está pasando el sector, a este conocido pescadero le vuelve a salir la sonrisa cuando recuerda otro de esos momentos que se quedan grabados en los 45 años que lleva detrás del puesto. "Yo tenía 14 años y era el domingo de Feria, que se abría la plaza. El problema era que sólo había un repartidor de nieve, que primero iba al Real y después se pasaba por aquí. Pasaron las cuatro, las cinco... ¡nos dieron las doce de la noche con otra de nuestras fiestas y el pescao ahí, sin hielo!", declara Manuel mientras sigue despachando.

En este edificio de estructura metálica y finos ladrillos también se curtió en el arte de vender "lo bueno", Francisco Delgado Fernández y su hermano Alfonso. Ahora ambos jubilados, pasean por la que fue su casa durante más de cincuenta años saludando a sus 'vecinos' y lamentando que este su hogar tiene 'goteras' por cada metro. "Era lo más bonito del mundo, aquí se trabaja feliz, con simpatía, pero ahora hija no hay nada, esto es un desierto", remarca Francisco, quien añade que a pesar de que su trabajo era más difícil, con alrededor de 12 horas con el pescado, "tenía más satisfacciones".

Relata así que cuando los domingos abría la plaza, ésta se convertía en el corazón de Jerez, lleno de bullicio y todos con cartera en mano para llevar a casa los avíos del puchero y las acelgas para la berza. "El domingo era el día que más se vendía. Las familias venían después de la misa y compraban, vamos, que desde las doce a las dos de la tarde hacíamos el doble de caja", cuenta Francisco.

Pero el domingo de mercado se perdió, como la estampa de esas hermanas que se citaban el día antes para desayunar en La Vega, contarse "sus cosas" y llenar el carro. "Creo que esto era un punto de encuentro para las familias. Venías con tu madre, tu hermana, y te encontrabas a gente conocida. Nada que ver con lo de hoy", añade Alfonso.

Otro de los rostros de la plaza es el de Feliciana Cabello. Sus abuelos trabajaron aquí, sus padres también y ahora ella lleva ya no sabe ni cuántos años despachando en un puesto de especias. "Aún tengo clientela de mi madre, pero esto ya no es lo que era", declara. Sabe además que para sobrevivir hay que "modernizarse, ¿no chiquilla?" y para eso junto al cardamomo, pimentón, comino y orégano, vende preparados para la carne, pescado y paella. "Mis padres, cada uno por separado, tenían un puesto, se conocieron y se casaron, así que este mercado es un poco más especial para mí", declara Feliciana, mientras coloca las bolsas de tomate seco y ajo deshidratado.

Como pez en el agua se mueve el 'Chícharo' entre los escenarios, aunque su trabajo está en un puesto de la plaza de abastos. Este palmero lo mismo está un día acompañando a La Macanita, que al siguiente poniéndote con mucho arte un kilo de acedías, huevas o pescadilla. "Mi padre me trajo aquí desde muy pequeño, creo que con 12 años ya estaba detrás de este puesto", rememora el artista, quien reconoce que este mercado "ha cambiado de la noche a la mañana, con decirte que la gente ya ni conoce el pescao...".

Fresco, bonito y barato, "como dicen en el cante". Así te tienta el 'Chícharo' a llevar a casa "cositas de las buenas" mientras intenta recordar alguna anécdota de sus más de cuarenta años trabajando en Esteve. Con las palabras "vino una mujer un día" inicia una de sus historias como si te fuera a empezar un chiste, y no va desencaminado. Continúa. "Y me dice, 'Chícharo, ¿todas las almejas traen tierra?', y le contesté, señora, que yo sepa las almejas no se crían en un árbol, sino bajo tierra", suelta entre carcajadas. Y se arranca como en uno de esos momentos claves del flamenco y dice: "y otra vez vino otra señora buscando cuatro almejas gorditas. Le pregunté que por qué sólo cuatro, y me dijo que para adornar el plato. ¡Pues para eso compre usted papelillos de colores, se va a llevar cuatro almejas!".

Y es que pena, penita, pena da ver una plaza como la de Jerez desértica y con una caída de clientela que da miedo. Pero aunque todo esté en contra para volver a revivir lo que un día fue este mercado, siempre hay alguien que llega, llena la cesta, se toma un jerez con pescaito frito en el que fue el bar el Tubo -hoy Pampero- y regresa a casa poniendo su granito de arena a que la tradición no quede en el olvido.

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