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Ángel, un héroe jerezano

Un soldado de Infantería de Marina que paseaba por el lugar protagonizó una actuación providencial en el rescate de los pilotos del accidente del helicóptero de El Puerto

El helicóptero despegó del aeropuerto de Jerez para dirigirse a Málaga, aunque antes sus ocupantes decidieron sobrevolar El Puerto de Santa María para realizar unas tomas aéreas con vistas a la promoción turística de la zona. A bordo del aparato, un Bell 206 clasificado entre los de potencia media-baja, viajaban tres individuos.

La sustentación de los helicópteros es un asunto de cierta complejidad que se apoya principalmente en tres variables: potencia y peso del aparato y las condiciones meteorológicas del momento, sobre todo la fuerza del viento y la temperatura ambiente. Ese día el viento era moderado, la temperatura la de una tarde gaditana de verano y el peso, el correspondiente a tres ocupantes, sus equipajes y los tanques de combustible prácticamente llenos, parámetros en general que alertarían a cualquier responsable de seguridad en vuelo y que seguramente preocuparon también al piloto, el cual se iría relajando conforme avanzaba el vuelo, conocedor de que el consumo de combustible contribuye positivamente a mejorar la sustentación en el aire.

De entre todos los factores, el calor, siendo un inconveniente per se, se agrava en función de la capacidad refractaria de la superficie sobre la que se vuela, así un mar ligeramente ondulado absorbe bastante mejor la energía de los rayos solares que un conjunto de edificios encalados como los que pueden encontrarse en el centro urbano de El Puerto de Santa María.

A falta de las conclusiones de la comisión investigadora del accidente, es probable que al sobrevolar El Puerto de Santa María el piloto sintiera que la potencia máxima resultaba insuficiente y el aparato empezara a perder altura. En esas condiciones solo puede considerarse sacar al helicóptero de la zona en cuestión, lo que no siempre es posible, o buscar una zona despejada para una toma controlada, lo que en un dédalo de calles estrechas como las del centro de El Puerto puede resultar terriblemente complicado, sin embargo, muchos de los edificios de la zona son casas antiguas con amplias azoteas despejadas para alojar los tendales y a buen seguro el piloto apostó por intentar tomar en alguna de ellas.

Dadas las circunstancias parece una decisión acertada, aunque se apoya en una maniobra complicada, de manera que el piloto intentaría establecer una senda de planeo descendente lo más controlada posible, cosa que no debió parecerle a los ocupantes de los asientos traseros, a tenor de que desde tierra se vio a uno de ellos abrir la puerta del aparato y dudar entre permanecer dentro o dejarse caer. Una angustia difícil de imaginar que, salvando las distancias, evoca a la que debieron padecer los pobres desgraciados atrapados por encima del incendio provocado por los aviones en las torres gemelas de Nueva York.

Pongamos que se llama Ángel, ya que a la vista de su papel en la emergencia se comportó como el más solícito de los alados espíritus celestiales, sin embargo nuestro Ángel es un individuo de carne y hueso, un joven jerezano domiciliado en los aledaños de la Catedral, entrado en la veintena y cabo de Infantería de Marina de la Armada.

Ángel aprovechó la cálida mañana del domingo para visitar el Puerto con su pareja. Después de una deliciosa comida en el más famoso de los cocederos de la zona se disponía a dar buena cuenta de un helado mientras paseaban por las calles de la ciudad, cuando el sonido del rotor de un helicóptero inquietantemente próximo al suelo despertó sus alertas.

"Desde que lo vi colgado del aire supe que el helicóptero tenía problemas. El aparato descendía dibujando círculos cuando se abrió una puerta y vi a un hombre asomar el cuerpo; la impresión que me dio fue la de que se quería lanzar al vacío. Aproximadamente a unos 20 metros de altura, en la vertical de los edificios que se levantan en la confluencia de la calle San Juan con la plaza de la Iglesia Mayor, el helicóptero hizo un extraño y el individuo cayó, golpeando el suelo como un fardo. Entonces empujé a mi pareja hacia un portal y me dirigí a socorrer a aquel hombre que se retorcía de dolor en medio de la calle, pero un ruido nuevo llamó mi atención en las alturas, el rotor principal del helicóptero había golpeado un edificio y el de cola la barandilla metálica de una azotea. Falto de gobierno, el aparato cayó pesadamente golpeando con estrépito la calzada."

"Dentro del helicóptero dos personas se agitaban tratando de librarse de los atalajes de seguridad. Mi primer impulso fue dirigirme en su auxilio, pero un charco que empezó a formarse alrededor del aparato y el fuerte olor a gasolina que impregnó el ambiente detuvieron en seco mi carrera, sin embargo los dos hombres continuaban gesticulando, era evidente que necesitaban ayuda. La concentración de combustible era cada vez mayor".

"Yo no puedo abandonar a esos hombres a su suerte, me dije echando a correr en dirección al aparato, que yacía recostado sobre uno de los costados. Al llegar a la altura de la cabina coincidí con una persona a la que no conocía pero en la que adiviné mi misma intención de no dejar morir a aquellos hombres. Sin apenas palabras pero con una sorprendente comunión de ideas, conseguimos liberar al piloto de sus atalajes y transportarlo a un lugar alejado del siniestro, sólo entonces me di cuenta de la cantidad de gente que se había congregado en los alrededores del aparato accidentado. Dos chicos menudos con una pinta no muy edificante hacían comentarios sobre lo que podían ganar acarreando las piezas dispersas del helicóptero a un chatarrero, uno de ellos estaba fumando y estuve a punto de acercarme a decirle que apagara el cigarrillo, pero mi compañero de rescate ya había echado a correr nuevamente hacia el aparato, de modo que seguí sus pasos y preferí no pensar en las consecuencias de mi imprudencia. Cuando depositamos al segundo hombre junto al primero respiré tranquilo, ambos se quejaban pero estaban vivos y en un estado razonablemente optimista, entonces busqué a mi pareja entre la multitud, la agarré de la mano y me alejé. La calle estaba abarrotada de gente que seguía llegando a borbotones por los aledaños, alguien hizo un comentario sobre lo peligroso del derrame del combustible y yo comencé a sentir una ansiedad desconocida, a lo lejos sonó una sirena, me separé del tumulto y llamé por teléfono al oficial de guardia de la Base de Rota, donde trabajo como cabo de Infantería de Marina de la Compañía de Seguridad…."

Sentado frente a mí, Ángel desgranaba su historia pausadamente. No era consciente de haber protagonizado un acto heroico. Mientras se encogía de hombros, reconocía haber seguido sencillamente el dictado de su conciencia. Cuando argumenté que su actitud quedaba en las antípodas de la de los chavales en los que la desgracia del accidente había despertado un impulso puramente comercial, volvió a encogerse de hombros: "Eso no es lo que me han enseñado…".

Tal vez tenga razón. En uno de esos momentos en los que la urgencia de los acontecimientos no deja tiempo a los balances, a los humanos nos sale de dentro lo mejor o lo peor de lo que nos han inculcado en casa, en el colegio o en los distintos grupos de amigos con quienes hemos compartido el crecimiento, de modo que tal vez sea tarea de todos fomentar el ángel que llevan dentro nuestros hijos o los chicos que la vida pone en nuestras manos para su formación. En cualquier caso, si llegara a necesitarlo, me gustaría que el destino pusiera en mi camino a este ángel jerezano que creció junto a la Catedral y cuyo anonimato respeto y admiro. Gracias a Ángel, un valiente soldado de Infantería de Marina, dos personas podrán volver a pasear tranquilamente en las tardes de domingo, como quiso su buena estrella que hiciera nuestro ángel anónimo la tarde que ellos eligieron para subirse a un helicóptero.

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