HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Agua y sequía

EN vísperas de la Jornada del Niño Africano, que sufre por falta de agua en amplias zonas de un continente muy grande, y del Día Mundial de la Lucha contra la Desertización (destiérrese "desertificación") y la Sequía, se ha inaugurado en Zaragoza la Exposición dedicada al Agua y al Desarrollo Sostenible. Todo se entiende excepto ese desarrollo sostenible y esa sostenibilidad, que nunca se ha sabido que significan exactamente. Del destino del niño africano pobre (los ricos estudian en Oxford) no sabríamos por dónde empezar: es difícil modificar una vida que empieza con todo en contra: sequía, inundaciones, hambre, guerra, analfabetismo, trabajos impropios, esclavitud, vejez prematura y enfermedades. Si la vida de los niños africanos, adultos precoces, forma parte de la cultura y de la economía del país, mal asunto. Poco se podrá hacer porque ellos mismos verán normal su destino y lo habrán aceptado. La desertización tiene remedio, pero carísimo, y la sequía es cosa natural que no tiene remedio inmediato.

Cada intento para avisar sobre el gran bien del agua, esta vez la festiva exposición de Zaragoza, recibimos la impresión de que el agua se pierde cuando se hace mal uso de ella. No es verdad. En la tierra hay siempre la misma cantidad de agua y de aire porque la gravedad impide que se escapen. Por las altas capas de la atmósfera se pierden en el espacio moléculas de aire y agua; pero en cantidades tan ridículas, que antes de que se note la merma, el sol, convertido en estrella gigante roja, se habrá tragado el planeta. El agua está mal distribuida desde el punto de vista humano, no desde el de la naturaleza, que tiene sus propias leyes, caprichosas e injustas si se quiere, pero son las suyas. El mejor reparto del agua precisa de ingentes obras de ingeniería, pero no son populares. Los partidos de los ricos que temen perder votos, y que se dicen de izquierda, no defienden el trasvase de aguas de donde abunda a donde escasea. Tampoco se entiende.

El subsuelo está lleno de agua. Es cuestión, según los expertos, de ahondar lo suficiente. Es caro también, pero agua hay. Los israelíes han puesto en cultivo y creado verdaderos jardines en tierras que hace 60 años eran pedregales poblados de alacranes, mientras que los beduinos abrían pozos, todo lo más, para dar de beber al ganado y pelearse entre ellos por el agua en seculares escaramuzas. Los palestinos son sus herederos. Aparte de sus fines imprescindibles, el agua alegra la vista y levanta el ánimo. Es la alegría de la naturaleza porque sin ella nada existiría. La contemplación del mar, de ríos y lagos, de fuentes y cascadas eleva el espíritu, nos hace tolerantes y benéficos. Ver sequedales, tormentas de arena, rocas peladas, yogures y camellos, nos lleva a los espacios hostiles que prefiguran el Infierno.

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