HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Los mártires

No hay religión ni idea política sin mártires. Es más, no hay actividad humana sin un tributo en víctimas, desde la pesca al alpinismo, desde la investigación científica a la albañilería, desde la crápula a los deportes. El hombre es débil y su vida breve, pero demuestra una gran fortaleza y un deseo de eternidad cuando defiende las convicciones de su conciencia. Por esto resultó chocante para la mayoría de los españoles el que se promulgará una ley para buscar mártires laicos de uno de los bandos de la última guerra civil, una discriminación 'positiva', es decir, una falta de respeto para con los muertos. Como era de esperar, aparecieron o se reeditaron libros sobre los mártires del otro bando, tanto laicos como víctimas de la persecución religiosa. Puestos a recordar, nadie quiere que se menosprecie su memoria, ni que a sus mártires se les considere menos muertos y menos víctimas. Cada cual es dueño de homenajear a sus héroes.

Siempre fue así y no hay novedad tampoco en esto. Dejando a un lado los recuentos antiguos y medievales, en el siglo XVII John Foxe escribió El libro de los mártires para recordar a los del protestantismo. Enlaza las persecuciones romanas con las emprendidas contra cátaros, valdenses, hugonotes, luteranos, anglicanos, calvinistas y todas las iglesias y sectas antipapistas. El Papado aparece con la misma consideración que los emperadores romanos o los reyes persas precristianos. Lutero, Calvino y Galileo están entre los buenos; santo Domingo de Guzmán, Carlos V y Servet, entre los malos. La Iglesia Católica por su parte elevó a los altares a los mártires que se mantuvieron fieles a Roma y fueron perseguidos por los buenos de Loxe. La curiosidad de este libro es que no dice nada novedoso: cuenta lo mismo que las historias de mártires católicos pero al revés, un juego antiguo como el del pimpón.

En 1961 apareció Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939), de quien luego sería arzobispo de Mérida-Badajoz, Antonio Montero. En el último decenio ha tenido varias ediciones y reimpresiones. La política de reanudar con leyes la Guerra Civil ha despertado el interés por las persecuciones republicanas. Era de esperar. Los libros sobre las torpezas y crímenes del bando republicano se han multiplicado, el último es Mártires por su fe, de Jesús Bastante, para compensar la parcialidad de la 'memoria histórica'. Las democracias, aunque sean sólo parlamentarias, tienen esas incomodidades: unos dicen y escriben unas cosas, y otros, otras. Si unos ponen sus muertos, otros ponen los suyos. La Iglesia, como es su obligación, ha santificado y santificará a los perseguidos por la fe. Como en el libro de Loxe en relación con los santorales católicos, ambos bandos cuentan lo mismo pero al revés, un agotamiento innecesario si dejáramos a los historiadores el relato de la tragedia.

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