Siguiendo a una estrella mucha gente llega a dónde desea. Más aún tras unos días del nacimiento más famoso de los últimos seis siglos. La noche y el día de la magia. La cabalgata representa esa algarabía trasladada a los inocentes de nacimiento y a las almas llenas de inocencia que nos rodean. Pero no podemos olvidar que cuando un niño nace, con independencia de las metáforas celestiales, casi siempre es de una mujer y encima sin conocer varón, por lo que las prebendas, monopolizadas en el recién nacido, deberíamos compartirlas con la madre o con todas las personas que, siglos después, son madres desarrollando la maravilla de la maternidad. No en vano, creo que sería buena idea reivindicar y potenciar la imagen de la mujer en estas fiestas tan patriarcales. Es una posibilidad. Nunca es tarde.

Debemos aceptar que, en los tiempos que corren, sería un gran paso empezar a celebrar todo lo que emane de los ovarios, por derecho propio y por pura igualdad. Mientras miramos alrededor y el poder femenino es un hecho irrefutable, aquí y en China, haciendo un paréntesis por Dakar, tenemos que aceptar que las manos que mecen las cunas son siempre las de ellas, por mucho que le pese a los de la testosterona.

Manejan el ritmo, las ideas y las consecuencias, nos conducen aunque los frenos de muchos artilugios estén tan mal que los autobuses acaban empotrados contra la historia, que los recorridos de las cabalgatas sean un galimatías a poner en cuarentena para que los criterios de tantos intereses ocultos salten por los aires o estemos inmersos en una historia interminable en la que las primeras espadas combaten con sus siglas para alcanzar la gloria municipal con la elegancia y el desparpajo de las que se saben profesionales de las pasarelas preelectorales. Deberíamos cambiar y hacer ver a las nuevas generaciones que la simbología de las cabalgatas también se basa en la magia de las reinas. Por qué no.

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