Está muy arrepentido. Si ya gastar el dinero en bares de putas tiene bastante mala prensa, cuando lo que se gasta es dinero público, pero a lo grande, pueden hasta rodar cabezas. Y si el que se corría semejantes parrandas, para colmo, tenía por entonces el carné de un partido que presume de ser feminista y de querer abolir la prostitución, más motivos tendrá, ahora que lo han pillado, para decir tierra, trágame.

Por eso el señor que fue director de la fundación que gestionaba los fondos para la formación de los parados andaluces está ahora pero que muy arrepentido. La pena es que no se arrepintiera un poco antes y -en vez de andar gastando a manos llenas el dinero de todos por los clubes de alterne de media Andalucía- no hubiera preferido entretenerse el hombre haciendo senderismo, que resulta más económico.

Según ha declarado al fiscal, fue por puro despiste que pagara la factura de esos putiferios con dinero público, pues confundió su tarjeta de crédito con la tarjeta que llevaba para gastos institucionales. Y no tenemos por qué dudar de su palabra. De lo que sí habrá que dudar es de quien nombró a semejante alma de cántaro para un puesto de tanta responsabilidad, porque alguien así, capaz de equivocarse diez veces seguidas a la hora de pagar aquellas farras, quizás no sea la persona más adecuada para gestionar luego presupuestos millonarios.

En su descargo habrá que reconocer que, con esa singular manera de fomentar el empleo, tal vez no estuviese ayudando a mejorar la formación académica de los parados andaluces, pero sí que estaba creando riqueza en la región. Porque hay algo que no se puede negar: la malversación de fondos públicos, aunque no esté bien vista, hace que el capital cambie de manos continuamente, revierta en sectores como la hostelería, y eso siempre animará la economía de un país.

Puede que las de esta gente no sean conductas ejemplares, pero hay que reconocer que el dinero que se desvía en España para disfrute exclusivo de quienes lo administran quizás no esté repercutiendo de manera directa en el sector al que iba destinado, pero sí que está creando una cantidad enorme de empleos indirectos. En concesionarios de coches, por ejemplo; en barras americanas, en fábricas de hielo y en todas esas marisquerías que pillan cerca de los organismos oficiales.

Desde aquella ministra tan cuca, que sufragaba las cuchipandas infantiles de sus retoños invirtiendo fondos públicos en la compra de confeti, hasta esos directores generales a los que les sube el ácido úrico en cuanto descubren que las cigalas también se pueden comer a fondo perdido, no nos podemos hacer una idea de la cantidad de puestos de trabajo que genera la desacreditada corrupción. Entre cavas de puros, destilerías y secaderos de jamón; entre camellos, chulos y demás conseguidores, ¿no se está dando de comer a mucha gente? Recapacitemos, entonces, antes de criticar estos modelos de gestión y de pedir que rueden las cabezas.

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