Nos ha cogido con el pie cambiado. Los paisanos seguíamos enzarzados en discusiones sobre si las mascarillas quirúrgicas se pueden meter en la lavadora junto con las bragas, si será mejor llevarlas al tinte o si conviene más desinfectarlas en el microondas. El repertorio de nuestras conversaciones se había ampliado un poco porque ya andábamos preguntándonos sobre si la segunda fase de la "desescalada" es la que permite bañarse en el mar hasta la zona del fuerapié (que es como llaman en Cádiz a la parte donde cubre) o si habrá que esperar a la noche de San Juan. Pero el foro de discusión se mantenía en los márgenes de la epidemia, pues en un estado de alarma donde se vigila hasta el uso del vinagre en los restaurantes, a ver quién es el valiente que se pone a charlar de otro asunto, ya sea de los milagros de Fátima o del anís Machaquito, sin relacionarlo con la salud, sus microbios y todo lo que les rodea .

En fin, que no salíamos del único tema posible de conversación cuando, sin anestesia, el Gobierno salió por peteneras esta semana, se marcó un pacto con la facción más radical del nacionalismo vasco y, mientras los demás estábamos entretenidos lavándonos las manos, pegó un volantazo tan brusco a la política nacional que dejó con la boca abierta a la prensa, a la oposición, a las taquígrafas del Congreso, incluso a la ministra de Economía, que hasta ese momento creía que su opinión contaba más que la de la señora que pasa el trapo para desinfectar la tribuna.

Estábamos enfrascados en no contagiarnos, preocupados por hacernos la manicura sin dejar de llevar guantes, cuando la política tradicional irrumpió con toda su cacharrería (celosa ya de tanto médico chupando cámara y llevándose los aplausos) y nos despertó con un buen bofetón, para recordarnos que la cosa pública necesitaba ya sus marimorenas, sus promesas incumplidas, sus pasteleos y ese jolgorio de los escraches y las manifestaciones que tanto se echaron en falta mientras el personal sanitario estaba todo el rato por medio.

Después de tantos días de recogimiento, ver cómo de la noche a la mañana las primeras planas de los periódicos han pasado de hablar de ingresos hospitalarios a hacerlo de los tejemanejes en el Parlamento ha sido bastante raro (como si en una novela, por aburrimiento, nos saltáramos del capítulo siete al dieciocho), pero muy tonificante. Es una delicia ver cómo, gracias a las intrigas del poder, los médicos ceden su sitio y la puñalada trapera va recuperando el lugar que le había arrebatado el bisturí. Tras largas semanas sin saber de los nacionalistas y sus penas, sin que Franco se llevara un triste titular, es maravilloso saber que pronto la prensa volverá a hablar de fraude y malversación, esas palabras que, después de tanto drama, suenan a música celestial.

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