Habladurías

Fernando / taboada

Artes decorativas

LA porcelana nunca pasará de moda. Ni las alfombras persas, aunque den algo de calor en los meses de verano. Hay bodegones ideales. Y lámparas magníficas. Pero a la hora de decorar, donde se ponga un filósofo, que se quiten todos esos trastos. Porque además, los filósofos lucen en cualquier época del año y apenas cogen polvo. Los filósofos -por si fuera poco- tienen la particularidad de ser buenos conversadores, pues lo mismo hablan de Dios que de las castañuelas, y esto es muy de agradecer cuando hay visita.

Ya contaba Corpus Barga que en otras épocas, en las reuniones de sociedad, se impuso la costumbre de invitar a algún intelectual para que amenizara. A don Juan Valera, por ejemplo (que no era exactamente filósofo, pero aquí nos viene que ni pintado) me lo sentaban al pobre en medio de la tertulia y, como si fuera una atracción de feria, le hacían todo tipo de preguntas peregrinas. Incluso había quien se animaba a sacar un diccionario para ponerle a prueba preguntando a lo mejor si sabía lo que significaba la palabra "antruejo". Y así echaban el rato.

Hoy a los intelectuales no sólo los invitan a las reuniones, sino que incluso les conceden unos premios que también lucen lo suyo encima de una cómoda. A Emilio Lledó, que no suele ir de invitado a las tertulias del corazón (pero es catedrático de Historia de la Filosofía) le han dado el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Y es muy importante que se le reconozca porque, siendo igual de pintoresco, el jurado siempre quedará mejor concediéndoselo a él, que es catedrático, antes que a un fisioculturista.

Lo curioso es que concedan un premio de tanto predicamento a alguien como Lledó justo cuando a la Filosofía, en los nuevos planes de estudios, le está dando la misma relevancia que le daban, cuando yo estudié bachillerato, a la marquetería o al macramé. Justo es reconocer que, gracias al macramé, yo aprendí a hacer unos maceteros la mar de monos y que, sin embargo, no por estudiar la Política de Aristóteles aprendí a cambiar una rueda del coche o a plancharme las camisas.

Porque, no nos engañemos, la Filosofía despierta la curiosidad y hace a la gente menos blandengue. Leer a Nietzsche puede avivar el espíritu crítico, pero de poco sirve tanta Metafísica cuando lo que uno pretende es preparar la mayonesa sin que se le corte.

Y ahí es precisamente donde se entiende el nuevo rumbo de la Enseñanza en España. Si los grandes héroes de la cultura contemporánea no lo son por chequear el alma humana, ni por construir un sistema filosófico como el de Aristóteles (que era capaz de acaparar desde las virtudes dianoéticas hasta las de los mejillones), sino que llegan a la celebridad por cocinar el rape con cebolla caramelizada y pimientos del piquillo, ¿no será razonable que los nuevos planes de estudio avancen en esa dirección, eleven la Gastronomía a ciencia fundamental y dejen a los filósofos para lo que mejor sirven? Para hacer de floreros.

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