Yo te digo mi verdad

Lo de Pedro Sánchez

Esta suerte de ejercicios espirituales en familia tiene mucho de esoterismo particular

Lo de Pedro Sánchez’ es este acontecimiento, a caballo entre la performance y la tragedia, que ha protagonizado el que de momento seguirá siendo presidente del Gobierno. Sobre esta representación y su resolución cabe hacer un par de apreciaciones. La primera es que el jefe del Ejecutivo ha optado por la salida más razonable y, creo, más saludable para la democracia española. Habría sido muy malo y peligroso para nuestro sistema que un estadista elegido y sostenido con el apoyo de la mayoría del Congreso se hubiera tenido que ir por una presión sin sustento en las urnas, que son las únicas jueces inapelables. Y demasiado bueno para tantos antidemócratas que nadan cómodamente en unas aguas más favorables para ellos cuanto más turbias, y que podrían exhibir a partir de ahora la derrota de Sánchez como una victoria al margen de todos los cauces.

La marcha del inquilino de la Moncloa de esa manera habría supuesto, por eso, una victoria simbólica de esa tendencia en auge que consiste en considerar malvados a todos los políticos, pero sobre todo a los de izquierda, y el mundo está conociendo demasiados ejemplos recientes, con la victoria de gente que se declara antisistema, como Milei, siendo sin embargo hijos preclaros del más antiguo de los sistemas, el de los poderosos. En España estamos viendo por ejemplo cómo se proclaman adalides de un país los que simplemente se consideran los únicos dueños de él.

La segunda cosa, mucho más discutible y en muchos aspectos incomprensible, es la forma que ha elegido Sánchez para escenificar todo esto, amagando una retirada que nadie se terminó de creer aunque sí muchos de temer, para concluir, él solo, que finalmente tiene fuerzas para seguir. Esta suerte de ejercicios espirituales en familia tiene mucho de esoterismo particular que no casa con la fortaleza que se supone tiene nuestra democracia.

Podemos ser comprensivos con las debilidades de las personas, con la capacidad de aguante y concluir que nadie está obligado al martirio propio y familiar, pero es indudable que esta jugada habrá de venir en detrimento de la capacidad de liderazgo del presidente. A menos que, en próximas fechas, demuestre de nuevo su capacidad de sorpresa y alumbre otra brillante idea. De momento, ya ha conseguido que durante cinco días y los que vengan no se hable más que de él. Y atención que anuncia que sigue “con más fuerza si cabe”.

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