Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 31 de diciembre de 1946: Argudo, García-Figueras y Montenegro
DOÑA Anastasia se agachó beatíficamente hasta alcanzar la ventanilla del confesionario y saludó al párroco, don Ramón, que estaba rezando "el Ángelus":
-Ave maría, don Ramón.
-Sin pecado concebida, doña Anastasia.
-Mire usted, padre: la artritis me ha aumentado muchísimo y no puedo doblar la rodilla… ¿Sería desacato sacramental que usted me hiciera un sitito dentro del confesionario para decirle más cómodamente mis múltiples pecados?
Don Ramón razonó la respuesta y contestó:
-Mire usted, doña Anastasia… Aparte de que el asiento del confesionario es muy estrecho piense usted que entra alguien en el templo… ¿Qué pensaría de nosotros dos?
¿Qué vamos camino del Rocío en un charré?
-¡Ay por Dios, padre!
-¡Que hay gente con muy malos pensamientos, doña Anastasia!
-Bueno, pues piense usted qué hacemos para que yo me confiese bien, porque así encorvada se me van a salir los pecados por la boca solos, como un vómito.
-No se ponga nerviosa, doña Anastasia, que me parece que he tenido una buena idea. En lugar de sentarse usted aquí conmigo, que estaríamos demasiado estrechos, como "entre santa y santo paredes de canto", yo le cedo mi sitio, usted se sienta donde yo estoy y yo de pie, a través de la rejilla, la escucho y le doy la absolución.
-Su idea me parede más dislocada que la mía, don Ramón de mi alma. Porque mire usted: ¿y si entra alguien, como bien dice usted, y me ve a mí sentada y a usted de pie ante la reja como dos novios de los Hermanos Quintero?
-Es verdad, hija mía, lleva usted razón.
-Pues decida usted pronto, padre, porque de estar en una postura tan forzada se me ha venido el riñón derecho al lado del izquierdo.
-Mire usted, doña Anastasia… ¿si durara su confesión el tiempo de leer una daltonmanía, podría usted soportar esos dos minutos encorvada?
-Vamos a intentarlo. Pero le advierto a usted que si me canso demasiado y me tengo que cambiar de postura, será el riñón izquierdo el que se me venga al lado del derecho porque son gemelos.
-Bueno, pues empiece usted a confesarse, alma de Dios.
-Ave María purísima…
-Eso ya lo hemos dicho antes doña Anastasia.
-Pues crea usted que no me acuerdo, don Ramón.
-Pues crea usted que lo hemos hecho, se lo juro por la gloria de mi madre.
-Que en santa gloria esté.
-No debería dudarlo usted ni un momento porque era una santa.
-Mire usted, don Ramón: ya me tengo que cambiar de postura, porque como me estaba imaginando, tengo el riñón izquierdo abrazado al derecho.
-Esto parece una partida de ping-pong renal. Vamos a aligerar la confesión porque la misa la tengo a las doce en punto y faltan tres minutos. Empecemos.
-Ave María purísima…
-¿Otra vez, doña Anastasia…?
-Es que me ha dado una punzada enorme en la rodilla izquierda.
-Y como no aligere usted le va a dar otra punzada la rodilla derecha, y a ver qué hago yo con sus riñones y sus rodillas…
-Espere usted un segundo, don Ramón, que estirando las piernas hay veces que se me calman estos horribles dolores…
Se dedicó doña Anastasia a estirar las piernas una y otra vez cuando un señor de ochenta años aprovechó el mometo y se arrodilló, dificultosamente, ante don Ramón, diciéndole:
-Padre, confiéseme usted prontito que tengo prótesis de fémures desde que me pilló el camión de la Coca-Cola…
Don Ramón muy apurado le susurró a doña Anastasia que estaba con su gimnasia de las dos piernas:
-Doña Anastasia, siéntese usted en ese banco un momento, y así descansa usted mientras confieso a este muchachito.
-¡Eso está muy mal hecho, don Ramón! ¡Sabiendo usted cómo tengo las dos piernas y los dos riñones va a confesar usted a este vejestorio antes que a mí..!
El anciano arrodillado se levantó con mil dificultades y se encaró con doña Anastasia:
-Haga el favor de tener más caridad, señora, y no me tilde de vejertorio porque usted tampoco es ninguna mocita…
-Pues mire usted, mocita soy. Porque en eso de los noviazgos siempre he sido muy exigente, y mi madre más, ¡Matusalén!
-Si yo soy Matusalén usted debe ser la Reina de Saba.
-¡Eso no me lo ha dicho a mí nadie en este mundo!
-¡Pues se lo van a decir a usted en el otro, que ya le queda poco!
-¡Descarado!
-¡Vieja puñetera..!
Dos señoras, muy escandalizadas de escuchar una discusión delante de un confesionario comentaban:
-¡Hay que ver cómo está el mundo, Consuelo!
-¿Ta has dado cuenta, Candelaria?
-En mi vida he visto yo tal violencia de género entre dos ancianos y en una iglesia.
-Se están perdiendo todos los valores que nos caracterizaban…
"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…"
Don Ramón había comenzado la misa de doce, y el susurro de la discusión, subía los escalones del altar mayor.
La Reina de Saba y Matusalén añadían pecados a los que ya llevaban dentro porque no se pudieron confesar.
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