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Cuarto de Muestras

Penas chicas

Las noticias terminan pareciendo un chiste frente a los verdaderos problemas de la vida y de la sociedad

Alguien a quien quiero mucho y que sabe reírse de sí mismo, me dijo el otro día que, el 1 de septiembre es, como yo bien sabía, el día más triste del año. Acababa de volver de dejar a su hijo en el colegio mayor, era su primer día de trabajo en serio tras las vacaciones que no ha tenido y además quería ponerse a régimen. Iba a decirle que todo lo que le pasaba era muy bueno, fruto de tener un hijo responsable con una madre estupenda, capacidad económica, una profesión que cada vez le gusta menos pero que le permite vivir bien y una barriga generosamente costeada con todo lo rico que puede comerse. Le hubiera dicho que su hijo era un orgullo, que su trabajo le gusta mucho más de lo que cree y que sigue estando guapo a pesar de los pesares y de los años. Sólo me dio tiempo a decirle que pospusiera el régimen. Enseguida, al primer sorbo de café, hizo un chiste, un juego de palabras con sus penas chicas y, ya, nos pusimos a hablar de otras mil cosas atropelladamente, como siempre.

Pasa igual en los periódicos. Se exageran los problemas menores, se insiste en lo obvio, se da una lectura tan superflua, que las noticias terminan pareciendo un chiste frente a los verdaderos problemas de la vida y de la sociedad. Algunos les llaman cortinas de humo, pero, en verdad, creo que nos gusta más hablar de las penas chicas que de las gordas, nos hace sentir mejor. Yo, por ejemplo, podría hablarles sin parar de cosas que me dan pena: la comida sin sal, las reuniones sin vino, las flores marchitas, los perros sin amo, los almanaques, las estampitas de santos, las iglesias cerradas, los bares feos, las colas absurdas, las calles vacías, los días de septiembre, las goteras, las casas abandonadas, los amores aburridos, las fuentes sin agua, las plazas sin niños, las obras sin viejos mirando, las cortinas de humo; este mismo artículo, frívolamente triste. Y tantas y tantas cosas más con las que podría escribir “Los escombros del verano”.

Del delito de proclamar una amnistía, de mercadear con España, de redactarle al Tribunal Constitucional lo que ha de decir, de jugar con las palabras y ensuciarlas para que dejen de significar lo que son y suenen menos graves, de lo que cuesta todo y del desprecio político a los que no pueden pagarlo, de eso, no puedo hablar. Me da demasiado miedo, demasiado pánico. No sé si es cobardía o temeridad. Las penas grandes las llevamos por dentro.

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