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Cuarto de Muestras

Lluvia

De vez en cuando viene Dios y nos moja amorosamente como si su aguacero quisiera limpiarnos

Tiene esto de no parar de mirar al cielo en Semana Santa para que no llueva su poquito de justicia poética. No todo puede depender del hombre y sus pronósticos meteorológicos, de su libro de reglas y de sus excesos. De sus votos y promesas. De sus ganas de exhibir devociones y barroquismos. De su penitencia disfrutona que es sarna gustosa del alma. De su fragante arrepentimiento a golpe de azahar e incienso humeante. De sus procesiones por fuera para sobrellevar las silenciosas que van por dentro. De sus túnicas de colas como batas de folklóricas. De sus alardes de fe y contradicciones. De su ejército de devociones celosas y competitivas. De estampitas, cirios y rosarios que queman las manos como si fueran labios besados. Sí, de vez en cuando viene Dios y nos moja amorosamente como si su aguacero quisiera limpiarnos de tanta plata, bordado y barniz. Nos moja y nos vuelve, no a todos, algo más humildes, menos pretenciosos y petulantes. Es como si quisiera despojarnos del peso de los mantos que ponemos a nuestras vírgenes. Como si quisiera allanarnos ese monte de cruces y flores sobre los que colocamos a nuestros cristos. Quizás más creyentes de que no lo podemos todo ni depende de nosotros, y está bien que así sea. A veces la lluvia consigue apagar temporalmente la vanidosa hoguera de rivalidades en la que hierve el puchero cofrade de manos bondadosas y generaciones bienintencionadas.

Viene la primavera con su poder y nos arrasa el alma tranquila y nos colma de melancolías. Viene a decirnos que todo empieza de nuevo, que resucita la verdadera vida hecha con gusanos que se alimentaron en una tierra de ancestros, supersticiones y creencias heredadas. Viene por el mismo camino de todos los años y se asoma en los naranjos en flor, en el calor de un día nublado y turbio, en la iglesia con la puerta abierta de par en par porque hay una imagen expuesta de besamanos, en el frío que se escapa de una casa abandonada, en el paseo por una playa en la que el sol nos calienta la espalda y nos abriga el corazón. En el primer beso de unos adolescentes. En los palcos que entorpecen el tráfico y van formando el paisaje. En los dulces que se hacen para repartir a la familia. En los cultos a las imágenes en los que siempre falta alguien más cada año. En las túnicas de distintos tamaños colgadas por aquí y por allá en espera de que llegue el día. Y que no llueva.

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