Yo me preocuparía. Si una amiga, después de años trabajando con un sueldo estupendo, me confesara que no le quedan ni cien euros en el banco, le pediría que me contase, por favor, en qué follón anda metida. Porque muy normal no es que alguien gane bastante más de lo que hace falta para vivir divinamente y luego resulte que el dinero no le llegue ni para comprar un poco de lomo en caña, ahora que vienen fechas de tanto trajín.

Algo así le ocurre a la presidenta de la Junta de Andalucía, quien después de media vida entregada a los cargos públicos -donde tampoco pagan del todo mal- ya no es que no tenga un par de limusinas en el garaje. Es que ha declarado tener ochenta y tantos euros en el banco. Desde luego, nadie se esperaría algo así de una persona que no tiene aspecto de pasarse las tardes en el bingo o jugando a las tragaperras.

Pero es que nadie se esperaría tampoco, viéndola sonreír con tanta naturalidad, que nuestra presidenta pudiera estar pidiendo que le fiaran en la panadería, o que tuviera que estar la pobre zurciendo calcetines cada vez que les salen tomates. Pero todo apunta a que es así, porque ochenta y pico euros, siendo un capital, tampoco dan para pegarse la vida padre.

Para alguien como ella -que hoy puede estar despachando con el rey de Marruecos y mañana viendo procesiones con Antonio Banderas; que lo mismo la invitan a un palco de la ópera que tiene que comer con cubiertos en el hotel Alfonso XIII- debe ser especialmente duro llegar por la noche a casa y encontrar la nevera vacía, o tener que comparar los folletos de los supermercados para ver en cuál de ellos sale más barato el cuarto de jamón york.

Consuela saber que la señora presidenta, por muchas fatigas que esté pasando ahora, por lo menos está rodeada de toda esa gente con posibles que, en un momento de apuro, no tendría inconveniente en prestarle algo suelto, o en donarle la ropa que ya no se ponen.

Pero no deja de ser preocupante, sobre todo para los ciudadanos, saber que su presidenta, después de un lustro al frente del Gobierno andaluz, no haya sido capaz de guardar unos ahorrillos para el día de mañana. Aunque se note que ella tampoco es de vivir como Sissi emperatriz, ni de ponerse los brillantes que se ponía Maria Callas, lo que sí puede crear cierta alarma social es el hecho de que, con un sueldo mejor que el que ganaba su padre de fontanero, a ella no le llegue la cuenta corriente ni para comprarse una olla exprés.

Que las personas encargadas de administrar lo público sean una calamidad administrando lo privado no deja de tener su coña. Aunque a lo mejor la presidenta nos toma el pelo y en realidad tiene una fortuna como la que tenían los Romanov pero, por no dar envidia a las vecinas, va con el cuento de que no tiene donde caerse muerta.

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