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Cuarto de Muestras

Con estos pelos

Ríanse de la riqueza de lenguas en el parlamento, lo importante son los pelos

Me pasa lo mismo que a Alfonso Guerra, que no me gustan las peluquerías ni un pelo. Me pone muy nerviosa que me toqueteen, aunque sea para ponerme guapa. Tengo en la memoria el lavado de cabeza de Memorias de África y, claro, todo lo demás se queda en un churro. Los masajes me enervan y me matan de impaciencia. No sé abandonarme, dicen. Con los olores tengo sentimientos encontrados. Es lo único interesante en una pelu, esa mezcla extraña a amoniaco, aire caliente y esmalte de uñas, a laboratorio de andar por casa. Cuanto más buena es una peluquería, centro de belleza las llaman ahora, más olores hay mezclados y más me distraigo identificándolos. Tienen las peluquerías algo de viaje a la luna con sus secadores galácticos, su papel de plata primorosamente doblado entre los pelos, no se sabe bien para qué, sus rulos nihilistas e ingrávidos, su afán de luchar contra la tozuda realidad de los años, las canas, los rizos y los alisados y, sobre todo, algunos moños que son la envidia del Soyuz 7. Vuelvo de la peluquería como de Marte, sin saber si sigo siendo la misma hasta que vuelvo a peinarme en casa.

Esta visión tan subjetiva no me impide ver la importancia de las peluquerías en el orden mundial. Ríanse de la riqueza de lenguas en el parlamento, lo importante son los pelos. Thatcher no hubiera mandado lo mismo sin ese sólido cardado a cincel. Isabel Tocino quiso imitarla gastando toneladas de laca, pero le faltaba ese aire inglés de pelo impávido ante las circunstancias. Qué decir del pelito despeinado de aspecto sucio de Puigdemont, sino que el pelo es el espejo del alma. El corte del surcoreano a hachazo limpio le condiciona para ser así de malo, entiéndanlo. Putin tiene de peluquero al del museo de cera, de ahí su aspecto gomoso de muñeco insensible. La de Bildu se corta el pelo a machete, con los que guardaron tras el abandono de las armas. Rufián va a cuchilla como los niñatos. Bolaños tiene el pensamiento despeinado a conciencia, no como Albares, que huele a alcanfor y a departamento de oportunidades. Nada como Yolanda Díaz que es la ratita presumida del progresismo y, ya saben cómo acabó el cuento en el que trataba a todos los pretendientes con desdén, que, al final, escogió al menos indicado.

Ojú, me he metido con Yolanda. Si, ya lo sé, soy machista y frívola y mala y fascista y lo peor. Soy libre. Hace tiempo que me solté el pelo.

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