Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El servidor olvidadizo

Compasión no quiero. Ni la siento por pistoleros desencadenados contra la función pública con la cual han hecho carrera

La otra tarde charlábamos acerca de cómo cada cual ve la misma realidad de manera distinta en función de la propia conveniencia. Los psicólogos llaman “percepción selectiva” a ese sesgo cognitivo, que, en román paladino y lírico, y según la Ley de Campoamor, reza: “En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. A mayor abundamiento y ya “en plan facha” –expresión arrojadiza, tan universal como vacua–, cabe recordar el final del chiste de los revolucionarios que proclaman en encendida asamblea la confiscación y reparto de todos los bienes del lugar, desde las tierras a los amotillos: “¡No, las motos no las repartimos!, ¡que moto, tengo!”.

A veces uno se sorprende. Trayendo a colación a una amiga –empoderadísima– que bromeaba sobre sí misma diciendo “yo soy abierta, pero flexible”, uno se sorprende no sólo por la propia flexibilidad, o vale decir tragaderas éticas en el juicio, cuando algo nos amenaza el bolsillo o el bienestar, dos palabras parientes de la “utilidad” de la Economía Clásica, que a su vez es madre de algunos hijos monetarios y menos sutiles como el salario o el beneficio. Un viva por la gente que tiene pocos principios. Un par de ellos inflexibles, y el resto contingentes y vitalistas. Esa gente aburre –y miente– menos.

Uno también se sorprende con la maleabilidad de los criterios de otros. Al escuchar a un próspero fedatario público por definición y con una clientela acotada y de poca elasticidad al precio –tragará la minuta en modo lentejas– entonar un alegato contra el sector público y sus “parásitos”, y otro correlativo a favor de la empresa libérrima y desatada: un liberal hispánico, esto es, un furibundo enemigo de los impuestos. No tan liberal para que, por ejemplo, liberalicen su menester o lo reconviertan al modo USA, donde no hace falta oposición –durísima, sin duda– ni hay un pacto social que limita los territorios competitivos. Sucede con las farmacias y con los profesores titulares de universidad, a cuyo cuerpo pertenece quien suscribe, a mucha honra y en razonable lid, ninguna gesta: era una universidad entonces en expansión. Y con tupidas redes de caída. De las cuales está feo renegar. Es cuestión de estética, no ya de ética.

“Usted debe compadecerlos y comprenderlos. Comprenderlo todo es perdonarlo todo” (Tolstoi). Espero que me hayan ustedes comprendido, y que sean indulgentes. Compasión no quiero. Ni la siento por pistoleros desencadenados contra la función pública con la cual han hecho carrera, y de la buena.

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