¡Fandango! | Crítica

Una propuesta bicéfala

Un momento de '¡Fandango!', ayer, en el Teatro Central.

Un momento de '¡Fandango!', ayer, en el Teatro Central. / Antonio Pizarro

Fandango es una palabra de muy probable origen bantú , es decir, negro africano, que significa "reunión, fiesta". Hacia 1705 esta danza llega a España, estando acreditada en América unas décadas antes, y en la península se la conoce como "fandango indiano", es decir, americano. Pero en muy pocas décadas paso a significar lo español por excelencia, como vemos en las obras de Mozart o Casanova. Las investigaciones consideran que su ritmo ternario es el origen de la amalgama flamenca  y que en el fandango barroco ya encontramos este impulso rítmico, como en otras danzas relacionadas con esta, de la misma época, chacona, zarabanda, etc.

La bicefalia tiene sus riesgos. Por supuesto que cuando funciona, enriquece nuestra visión, por aquello de que cuatro ojos ven más que dos. Pero toda la noche tuve la sensación de estar escuchando dos discursos muy diferentes entre sí que en ocasiones no se articulaban, o desarticulaban, bien. Y eso que Lagos, David, estrujó y se desgañitó toda la noche, incluyendo las malagueñas de Chacón. Pocos cantaores actuales son capaces de hacer los melismas con esa energía. Una malagueña trash metal. Pero lo que me dice la música, y la letra, no tiene nada que ver con lo que veo. Lagos y los suyos han compuesto una obra que se articula sobre el fandango y sus derivados. Que es prácticamente todo el repertorio jondo. Escuchamos fandangos personales, del Gloria, de Alosno, etc. Y también sus derivados: soleá, seguiriya, liviana. Fue prodigioso cuando cantó los fandangos de Huelva a ritmo de la seguidilla del sentimiento, deliciosamente bailados por Coria. La obra es rápida y furiosa en la mayor parte de su extensión. Con una parada en la era, pese a que los palillos estuvieran recién sacados del congelador. La partitura coreográfica es una delicia para centro europeos, un frenesí de pies. Incluso en la soleá. Cuando llegamos a la era parece que hay un guiño a los rituales de labor. Pero seguimos helados. Los bailaores no se miran, salvo en los tangos finales que son, obviamente, un artificio. Ni siquiera en los pasos a dos. Especialmente en los pasos a dos que son combates, no diálogos.

Los números de grupo son estupendos pero todos ellos son solistas descomunales, como mostró Oz en el paso a dos. Como demostró Maise Márquez en la liviana. Como demostró Paula Comitre en las cantiñas, donde se da un paso más en la experimentación con la bata de cola que tantas alegrías nos ha dado últimamente. En la línea de lo apuntado por Manuel Cañadas con La Choni hace ya ... muchos años. Una bata de cola interpretada por dos, como en aquella ocasión, en este caso Comitre con Márquez. Una bata de cola artrópoda y también masculina, como femenina es la de Liñán. Valiente Comitre, estupenda, deliciosa. Ahí hay cosas en las que buscar. Pero ese es mi problema con la coreografía, que todo el rato se nos proponen cosas, también a nivel de concepto, que se quedan sin consumar. Parece que ¡Fandango! es, también, una metáfora de España y su desmemoria. Parece. Lagos, David, está pletórico. También como palmero. Canta sobrado y desbordado, pero sabe siempre el terreno que pisa. Ha buscado más allá de los límites y ha encontrado hallazgos felices, como el de los fandangos antedichos. Jamás se había cantado la liviana con esa ferocidad, es otra de las novedades de la propuesta. Obligando a Lagos, Alfredo, a convertirse en un discípulo de Angust Young.

Hielo y fuego, frenesí y serenidad. Está claro que los polos se atraen, pero, a veces, para que una pareja funcione, hace falta un tercero en discordia.

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