A golpes con el tiempo

Peleó sólo seis años, pero el campeón de España jerezano de 1979 Juan José Zarzana ha dejado una huella indeleble en el imaginario local, hoy como preparador en el Club Don Príncipe

A golpes con el tiempo
P. J. Fernández Jerez

30 de agosto 2015 - 05:02

"Opá, yo a ese le pego". En 1972 un chaval de 17 años se revuelve brioso en las gradas del Polideportivo Santa Fe del colegio Marianistas mientras presencia una velada de boxeo amateur. "A ese también le pego yo, opá". "Tú le vas a pegar ahora a todo el mundo", contesta sardónico el progenitor ante la improcedente resolución de su hijo. Pocos meses después, Juan José Zarzana será campeón de Andalucía Occidental en peso pluma.

Su trayectoria fue efímera, de 6 años desde que se colocó los guantes por primera vez. "Un día, sin decir nada en casa, me acerqué al gimnasio que el preparador Pacheco tenía en el Arroyo. Al mes y medio ya me subí al ring y gané a los puntos, porque tenía cualidades, pero reconozco que hoy como entrenador no expongo a mis chavales tan rápido".

Hoy aquel chaval es una institución en el boxeo jerezano y de todo el Sur de España como presidente-entrenador del Club Don Príncipe al que le quedan tres años para jubilarse como celador municipal en el Polideportivo Ruíz-Mateos, donde entró a trabajar nada más dar por finalizada su carrera, a los 23 años.

Las primeras victorias no sentaban bien en casa. Su madre trató de disuadirle con una huelga de limpieza de ropa. "Me la lavaba yo mismo porque ella no quería. Así estuve un año, hasta que un vecino, que quiero que aparezca su nombre ahí (señala los folios del entrevistador), que se llamaba Juan Viloita, un albañil, que me veía todos los sábados boxear, les dijo a mis padres que me dejaran porque lo hacía muy bien. Luego cogí el seguidillo". Su tarjeta de resultados quedó inmaculada en Jerez. "Nunca nadie me vio perder aquí, jamás".

Llegó un ascenso mareante que recibió su gran impulso al ser destinado a hacer la mili a Tenerife. "Tuve suerte". La gran afición al noble arte que tienen las islas le permitió picardearse con púgiles de la zona. "Estaba exento de las tareas militares para centrarme en mi carrera. Por la mañana entrenaba y por la tarde iba al gimnasio. Una familia me acogió como si fuera un hijo más y peleé cada semana", un ritmo hoy impensable. "Me nombraron incluso mejor boxeador de Tenerife independientemente del peso", lo que hoy se conoce como el ranking 'libra por libra'.

Poco después de licenciarse, llegaría su examen final como púgil, en el pabellón Fernando Portillo de Cádiz, que albergó los campeonatos de España. La 'Hoja del Lunes' del 11 de junio de 1979 atestigua su victoria con instantánea frente al valenciano Víctor Sánchez. "Un año antes él me ganó a mí en los campeonatos, así que abandoné el boxeo quitándome una gran espina", recuerda.

Colgó las manoplas para trabajar siendo una de las grandes promesas del pugilismo nacional. "Tenía dos ofertas para pasarme al mundo profesional, pero no me convencían porque no me aseguraban un trabajo fuera del ring. ¿Qué hacía yo sin mi familia, en otra ciudad y sin un plan de futuro? Me tiraba mucho Jerez y me salió trabajar para el Ayuntamiento, gracias a Pedro Pacheco. No soy pachequista porque no soy político, pero yo sólo he conocido el lado bueno de ese hombre". Hubo quien habría optado por seguir guanteando. "Coincidí en la selección española amateur con Perico Fernández, que dio el salto y llegó a campeón del mundo. Leí que ha terminado mendigando en la calle para comer porque no tenía un trabajo al retirarse".

El Salto. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de deportes, entre amateurs, semiprofesionales y profesionales del pugilismo no existe una gran y subrayada disparidad de calidad técnica, sino disposición para la aventura. No es lo mismo aguantar doce asaltos que tres, o luchar con casco de protección que sin él. Y no es lo mismo campeonar en torneos 'menores' organizados por Federaciones que las promesas de lujo y bolsas de dólares del mundo profesional, donde unos pocos se hacen millonarios y la mayoría ponen en juego hasta su salud. "No me arrepiento", sentencia.

Al final, logró un registro apabullante. Fueron 98 combates, con 13 derrotas, algunas por KO, "y una por inferioridad", subraya el propio Zarzana sin retraimiento. Ese tipo de decisión, el llamado 'KO técnico', es la descalificación que decide el árbitro unilateralmente cuando interpreta que la paliza es demasiado dura, aun cuando el púgil se sostiene sobre las piernas, sin ser reglamentariamente tumbado en el ring tras una cuenta de 10. "He tirado muchas veces yo mismo la toalla como entrenador cuando he entendido que mi boxeador corría riesgo, no debe haber vergüenza en ello, forma parte de esto. Y lo más importante es saber cuándo hay que parar".

Sus dos facetas, como responsable de un club deportivo y como trabajador público, se han entrelazado diariamente tras su retiro. Cuenta que por los despachos de Deportes del Ayuntamiento han pasado todo tipo de personalidades. Pero nada tan complicado como se lo puso el anterior equipo de Gobierno.

A pesar de los golpes, refiere que su filosofía vital es la misma que la pregonada entre las dieciséis cuerdas. "Hay boxeadores que salen a pegarse, pero yo a los míos les intento enseñar a boxear, que no es lo mismo. Hay que estudiar al rival y encontrar el momento justo para sacar los puños. En el boxeo de Jerez nos toca por ahora esperar". Mientras cuenta esto, se agazapa ligeramente en la silla. "Jamás he sido violento, en la vida he preferido discutir conversando. Y se me ha dado bien".

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