“En la familia deberíamos hablarnos como en un hotel de cinco estrellas”
CARMINA BENAMUNT | ESCRITORA, DIVULGADORA Y MENTORA FAMILIAR ESPECIALIZADA EN ADOLESCENCIA
Con la editorial Bruguera Carmina Benamunt (Sant Quirze del Vallés, Barcelona, 1980) publica el libro Ponte en mi lugar. Entiende y acompaña a tu adolescente como lo necesita. Para iniciar 2026, propone una reflexión que ayudará a construir relaciones familiares más sanas: “Si te quedaran tres meses de vida, ¿cómo tratarías a tus hijos, a la gente de tu alrededor?”.
–¿En qué consiste la Mentoría de Transformación Familiar?
–Hacer un proceso de crecimiento personal que te ayude a posicionarte en un lugar tan firme y flexible que permita ir navegando en esta etapa de tantos cambios, la adolescencia, donde necesitamos estar despiertos, conscientes, fuertes, seguros... Es un cambio interno de papá y mamá para que puedan transformar los patrones, roles y movidas que hay en la familia.
–El título de su libro, Ponte en mi lugar, remite a la empatía. ¿Qué otros conceptos necesitamos?
–Hay una base, esa empatía, que es estar en una posición de presencia. Elevar los niveles de consciencia es darte cuenta de lo que pasa a tu alrededor y de lo que te pasa a ti. La empatía, la seguridad, el respeto, los silencios a la hora de hablar para poder ver qué le ocurre al otro... Muchos padres me cuentan que no son conscientes de lo que dicen, se atropellan con la comunicación porque se quedan solo con la primera parte de la historia y no ven más allá si no conectan emocionalmente con ellos y con el otro de forma genuina.
–Complicado en una sociedad tan individualista.
–Ha sido un reto a lo largo de la historia. Ahora tenemos el desafío de la tecnología y estamos en una crisis de valor espiritual, de conectar con lo más esencial en las familias. Hay una desconexión brutal de lo más humano, noble, de volver a esa parte tan exquisita de la comunicación, el respeto, del trato entre nosotros. Tienen muy claro que quieren que su hijo sea respetuoso el día de mañana, que tenga una buena vida, un buen trabajo, que se lleve bien con la gente, que no se meta en líos, y luego en casa nos tratamos a voces, criticamos, juzgamos, culpamos. Es como querer crecer en una pecera con agua completamente turbia. Desde casa, el adulto es el único que puede hacer un filtro de todo esto, de patrones de responsabilidad, de educación exquisita, de hablarnos como en un hotel de cinco estrellas. Esto tiene una reacción. Les digo que se mantengan firmes, porque los padres y madres son la causa, son los más maduros, conscientes, adultos y los que pueden crear ese efecto dominó para cambiar patrones.
–¿Cuál es el límite para no convertirte en el “amigo de tus hijos”?
–A veces las familias se quedan con ideas fragmentadas. Cuando tengo una buena relación con un ser humano, ésta se basa en unos fundamentos que no van a tambalearla. Le podemos poner la etiqueta que queramos, pero está bien que nos llevemos bien con nuestros hijos en cualquier etapa. ¿Con 30 años podemos ser amigos y con 15 no? Mientras yo ocupe mi lugar, tome mi responsabilidad, se hagan las cosas bajo mi criterio y sea coherente, puedo tener una fantástica relación con mi hijo a cualquier edad. A veces nos despistamos con conceptos cuando lo más importante es qué hacemos hoy para sembrar una buena relación, cómo es nuestra comunicación. Si los adultos culpamos, criticamos y juzgamos, el hijo o hija se defenderá.
–¿Qué debería aprender el adolescente del adulto y viceversa?
–Hay un ejercicio que es apuntar una lista de todo lo que no quiero de mí misma y del otro. Y entonces hago el contraste con lo contrario. Nos va a tocar minimizar la distancia entre lo que sé y lo que hago. Muchos padres se saben la teoría, pero si solo se quedan en conceptos y no en la aplicación perdurable en el tiempo, no habrá cambio. Son habilidades de comunicación, de autorregulación que están ahí, pero uno de los grandes problemas en adultos es que tiran la toalla antes de que brote esa semilla. La prisa es un estado de inmadurez emocional.
–¿Cuánto ha visto en su consulta sobre gestión de las redes sociales, acoso o esa supuesta vuelta a los “valores tradicionales” de los jóvenes?
–He encontrado vivencias bastante dramáticas: racismo, desprecio por el sexo contrario... Hay una crisis de valores, espiritual y humana aplastante. Una desconexión con lo divino, entendido como lo esencial, la evolución de la vida, la conexión con la naturaleza. En cuanto a los adolescentes, en la escuela de crecimiento personal es muy heavy cuando mi equipo acoge a alumnos que han tenido un problema de bullying o les hacen el vacío y acaban contando las mismas cosas, viven las mismas historias. Con el tiempo, cuando tú estás cuidando el espacio y hay un buen liderazgo, se pueden mostrar como son. Hay alumnos que vienen hechos polvo y en cuestión de tres semanas ya se sienten más capaces, sonríen, es muy potente. Son mucho más receptivos al cambio que los padres.
–Su trayectoria profesional está muy ligada a la adolescente que fue.
–Recuerdo el contraste tan absoluto entre mi núcleo familiar y mis amistades y la persona de la que me enamoré. El acompañamiento que hicieron mis padres, estar a mi lado, me hizo reflexionar mucho. El día que tomé la decisión, nunca más tuve una relación parecida. Me formé, investigué y decreté que era la primera y última vez que me pasaba. Aprendí la lección y empecé a transformarme. Me lo debía a mí misma.
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