7 Pecados Capitales de la Feria

Una fiesta que da envidia

TODO el mundo ha visto las imágenes por la televisión: después de escaparse del circo en el que trabajaba sin contrato, un hipopótamo pasea suelto por las calles de Palos de Moguer. Como si tal cosa. Sin un jinete que lo monte. Sin una amazona que sepa cabalgarlo con estilo.

Eso nunca pasaría en la Feria de Jerez. Y no pasaría porque para entrar en el recinto ferial, siendo de condición cuadrúpeda, hay que pasar los controles pertinentes. No valen hipopótamos. No valen galgos afganos, por muy domados que estén. Ni siquiera las jirafas, con lo majas que son.

Y no verá usted estas especies nunca porque entonces a lo mejor habría que llamar a nuestra fiesta de otro modo, y ya no sería la Feria del Caballo sino la Feria del Ornitorrinco, o del Burrotaxi, o del Jabalí. Sería como un safari con alumbrado artificial, y eso ni gusta a las autoridades ni lo entienden los forasteros que nos visitan en busca del arte ecuestre.

Y por eso mismo a lo mejor nuestra Feria es la envidia del mundo. Bueno, por eso y por lo del vino, que también ayuda. Miren ustedes si nos hubiera tocado nacer, pongamos por caso, en una tierra donde el principal producto agrícola no fuera la uva sino, por ejemplo, la chufa. ¿Qué íbamos a tener que estar, una semana entera brindando con horchata en las casetas?

¿Quién iba a aguantar ocho días de despiporre a base de batido de fresa, llegado el caso, o acompañando una ración de chocos fritos con una jarra de zumo de pomelo?

Envidia nos tienen, insisto, por ser tierra de vinos y no solo de melones. Por ser tierra de caballos y no de hipopótamos, que son unos bichos preciosos, no nos quepa duda, pero no dan el mismo lustre si tuvieran que arrastrar por el Real un coche a la calesera.

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