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Se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor y muchos aficionados evocan antiguas tardes de feria, comparando lo que va de ayer a hoy.
Y si en otras ediciones hemos evocado ferias de hace un siglo, comprobando lo mucho que ha cambiado el toreo, basta mirar solamente veinticinco años atrás para advertir que en un espacio tan corto de tiempo -muchos lectores habrán sido testigos de la feria taurina del Caballo de 1984- el toreo y la fiesta han mtado no poco.
Aunque hay cosas que parecen permanecer, como la lluvia que periódicamente nos visita. Hace veinticinco años comenzaban con agua, un 18 de mayo viernes, las corridas de Feria del caballo en Jerez. Lo peor es que también terminaron con lluvia.
Pero las nubes no consiguieron opacar el brillo de lo artístico sobre el albero jerezano, un ciclo que contó con grandes nombres.
El serial comenzó con el ya en aquellos tiempos tradicional festejo del arte del rejoneo con un cartelazo y seis toros de Torrealta. No se olvide que la plaza de toros de Jerez es la catedral del rejoneo y en la liturgia de la monta oficiaron aquella tarde cuatro pilares del boom de esta modalidad de la lidia: Ángel Peralta, Fermín Bohórquez, Álvaro Domecq y Joao Moura. El único que no triunfó fue Peralta, que hacía diez años que no toreaba en la catedral del toreo a caballo.
Compitieron cuatro estilos de la lidia ecuestre. La sobriedad de Peralta, la capacidad de conectar con el público de Bohórquez, la raza de Álvaro Domecq Romero y la precocidad de niño prodigio de un jinete portugués que asombraba y que hoy, al cabo de un cuarto de siglo, sigue en los ruedos: Joao Moura.
El ganado de Torrealta, bien de presencia, dio buen juego en la primera mitad del espectáculo, los restantes acusaron mansedumbre y se lo pusieron difícil a las colleras, ya que se entableraban. Peralta dio la vuelta al ruedo; Bohórquez cortó una oreja, el mismo balance que Álvaro Domecq Romero y Joao Moura. En colleras, Peralta y Bohórquez dieron la vuelta al ruedo, y Domecq y Moura también. Los dos jinetes de Jerez habían brindado sus banderillas a Luis Domecq, premio "Caballo de oro" de aquella edición. Hay que recordar el nombre de un caballo, "Opus", sobre el que Domecq obtuvo las más fuertes ovaciones de la tarde y que ha dejado un fructífero pie de simiente en el mundo de la cría caballar.
Pero en aquella feria, sin duda, la que quedó eternamente para el recuerdo del aficionado fue la corrida del sábado. En aquella época la feria constaba de tres festejos y la del domingo era fecha grande, no cuestionada como hoy, días en los que sacar adelante este cartel dominical es una preocupación de la empresa y y una inquietud para los buenos aficionados de Jerez. La corrida de Jandilla, que embistió, dejó siete orejas para los esportones y una faena antológica de Rafael de Paula ante su segundo toro, que supuso para el torero una suerte de resurrección artística, ante un toro, "Mocito", al que le mandó cortar la cabeza. Francisco Rivera "Paquirri", poderoso y valiente dejó claro que tampoco a esas alturas de su carrera se iba a dejar ganar la pelea en la que era su última temporada y Paco Ojeda con "Salamanqueso"... no solamente seguían impactando sus nuevas formas, unas maneras que iban a cambiar el toreo y hasta la crianza del toro de lidia, sino es que además esa tarde le sirvió para reafirmarse en una temporada que no había empezado con brillo.
Muchos aficionados tendrán en la retina la estampa de Rafael de Paula aquel día, vestido de verde y azabache. Torero al que le quedaba por culminar aún su última fase de vuelo profesional y que dejaría los ruedos 16 años después, sumó aquella tarde una y dos orejas. Paquirri iba vestido de Burdeos y oro y desorejó a su primero, saludando en su segundo. Negro y oro era el terno de Paco Ojeda, que con dos orejas en su primero y la ovación en su segundo, cuajó una gran tarde.
Allí estaban tres banderilleros que hoy pueden dar fe de todo esto: Andrés Luque Gago de Jerez y afincado en Sevilla con Rafael de Paula; Gregorio Cruz Vélez, de El Puerto, con Paquirri, hoy apoderado; y con Paco Ojeda Manuel Morales "Rabioso", de Sanlúcar, hoy veedor de la empresa de la plaza de Jerez y que, anecdóticamente, aquel día tenía un dedo escayolado.
La corrida de Jandilla era de bonita lámina, sin asustar de cara y algo blanda, pero de alegres arrancadas. La hondura de Rafael de Paula toreando para sí mismo a "Mocito" tuvo el remate del premio de dos orejas que no paseó el torero ya que no quiso que se las cortaran al toro porque quería disecar la cabeza. Paquirri, valiente, paró a su primero con una larga de rodillas, como su hijo Francisco muchos años después, mientras que Paco Ojeda asombró con su quietud, y rubricó su triunfo ante su primero con uno de sus fenomenales y rotundos estoconazos. ¡Qué tiempos en los que no era una cosa rara ver matar un toro a ley, conforme a las reglas del arte!
Una feria que iba tan bien tuvo un pésimo remate: la suspensión de la corrida concurso de ganaderías, ese año en Feria del Caballo en lugar de en la de la Vendimia, por lluvia. El meteoro comenzó a las cinco de la tarde y llegó a ser torrencial, quedando la plaza convertida en una laguna.
La expectación era grande -no se olvide que dos de los espadas, Paula y Ojeda, había triunfado el día anterior- y por ello la empresa, autoridad y toreros acordaron esperar media hora más. La empresa alegaba que en veinte minutos arreglaba el ruedo y lo dejaba como nuevo, pero es que no paró de llover. A las siete de la tarde se anunció la suspensión. Rafael de Paula vino vestido de verde limón y azabache y Paco Ojeda, de la noche al día, todo lo contrario del día anterior: de blanco y oro, una de sus combinaciones favoritas.
El presidente de la corrida era Charro y el delegado el apreciado Francisco Villarrubia, pero hasta el gobernador civil bajó entrebambalinas para interesarse por los acontecimientos hasta que se acordó la suspensión definitiva. Tanta felicidad no podía ser completa, con el cartelazo de figuras del rejoneo en la de rejones y la tarde de los jandillas, el aficionado iba que chutaba.
Ha pasado el tiempo pero en los carteles siguen dos nombres, hijos de toreros de aquella feria: Fermín Bohórquez Domecq y Francisco Rivera Ordóñez, y es que hace falta que todo cambie para que las cosas sigan igual, que pasen otros veinticinco años y que ustedes lo vean.
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